De la antipatía como virtud democrática

01 - 07 - 2020 / FELIX OVEJERO LUCAS - EL MUNDO [VIA FACEBOOK]

De la antipatía como virtud democrática

Un individuo amenaza a otro: “Le voy a abrir la cabeza a patadas”. Un tercero denuncia: “Usted tiene tendencias asesinas”.  El primero, o cualquiera, reprocha a este último: “Está crispando el debate al introducir la violencia”. Y tienen razón: está introduciendo en la conversación la barbaridad que hasta entonces solo se ejercía.  A partir de ahí, la ofensa y el escándalo: el problema es la denuncia. Llamar a las cosas por su nombre. No la violencia, sino recordarla. La prescripción se dispara: “Modérese, calle”. 

 Los nacionalistas han sido maestros en el uso de esa estrategia de intimidación. Ante cualquier crítica a su política de “normalización lingüística”, saltaban: “No hagan política con la lengua, no creen un problema donde no lo hay”.  Las indecencias lógicas se correspondían con las morales: las políticas de “normalización” consistían en corregir los usos lingüísticos normales de los ciudadanos; la política lingüística,  orientada a modificar la realidad, política por definición, no se consideraba actividad política.  Pero funcionó. Los socialistas se encargaron de ello. El tonto mirando el dedo.  Desde entonces, a la exigencia de razones se la llama “crispación”.

 Acuñado el procedimiento, está disponible para cualquier usuario.  Resulta muy eficaz y presenta rendimientos crecientes de escala: cuanto más serio o grave es el asunto, más reparo da nombrarlo y más rápidamente se silencia a los discrepantes.  Pablo Iglesias, especialista en rehuir la deliberación democrática, es un adicto a ello. Ante cualquier pregunta acerca de su desastrosa gestión de la pandemia, acude al tremendismo: “Están ustedes haciendo política con los muertos”.  El cuento está ganado: los roces con los muertos matan;  incluso los roces con la palabra.

La demostración más consumada de cómo funciona ese proceder estigmatizador la tuvimos en el debate en donde asomó la militancia del padre de Iglesias. En sus intervenciones parlamentarias, Álvarez de Toledo se limitó a glosar al propio Pablo Iglesias.  Sin duda, resultaba escandaloso. Porque escandaloso era lo que había dicho Iglesias, depositario de un estremecedor historial de declaraciones sin parangón en ningún político con responsabilidades por encima de una comunidad de vecinos: complacencia con las palizas a policías, desprecio clasista a pobres y marginados, apreciaciones y decisiones sexistas que convertirían a Hugh Hefner en un cartujo.

Resulta muy difícil romper ese guion.  Es un inseparable subproducto de nuestras democracias. No se penaliza la mala gestión de un problema, sino a quien lo nombra. A Pizarro, no a Solbes.  Los votantes infantilizados, aquí y en todas partes, prefieren orillar las dificultades. No es la bicha, sino mentar la bicha.  Caramelos para hoy y que pague el que venga.

No son escasas las implicaciones de esa patología de la democracia.  Todas enfermizas. Una de ellas es que en la discusión democrática gana quien etiqueta, no quien argumenta. No se manejan razones sino calificativos. Radical es el que nombra los problemas. Y, claro, una vez ubicado el radical, por definición, moderado es el que calla. Centrarse es ponerse de perfil. La insoportable levedad de la equidistancia, referencialmente vacía por definición, convertida en teoría política: metro y medio, en su mayor precisión conceptual. 

En esas condiciones, el buen hacer pasa desapercibido. Malos tiempos para los clásicos, que tanto apreciaban la virtud: “La actuación correcta por las correctas razones”, en la insuperable definición de Robert Audi. La virtud no es que se ignore, es que se penaliza.  El populismo vence a la educación. Así de sencillo. Un político sobrio,  con afán de verdad,  que encadena razones y trata a los ciudadanos como adultos, que prefiera convencer a adular, que rehúya la retórica emocional, preocupado por el sentido de las palabras antes que por las etiquetas,  no tardará en ser calificado como arrogante, distante o frío. Le pasó a Anguita. Le pasa a Álvarez de Toledo.

FELIX OVEJERO LUCAS - EL MUNDO [VIA FACEBOOK]

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2020-06-30

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