Defendamos la República

08 - 08 - 2020 / FÉLIX OVEJERO - EL MUNDO

Defendamos la República

Precisemos. El republicanismo es una teoría de la libertad: los ciudadanos son libres cuando no están sometidos a intromisiones arbitrarias, tanto reales como potenciales. No es libre el siervo al que su señor le impide escoger una pareja pero tampoco lo es al que se lo permite, sujeto como está a la voluntad ajena. Aunque no se ve interferido, no por ello abandona la condición servil. Quien es libre porque se lo consienten no es libre. Cuando un poder puede actuar arbitrariamente no hay libertad. Si alguien puede, según le plazca, impedir a algún otro hacer o decir lo que quiere, no hay libertad.

La ley es la garantía de libertad. Una sociedad que encarcela a criminales no es menos libre. Al contrario, hay libertad porque los criminales no pueden imponer su voluntad, porque rige el imperio de la ley. Pero no cualquier ley, sino la ley democrática que atiende a las razones y a los intereses de todos. Una ley que nada tiene que ver con la ley del déspota. No hay libertad cuando allá van leyes, do quieren reyes. De ahí arranca  la oposición republicana a las monarquías. Y a su luz se han de entender las clásicas palabras de John Adams en 1776, en sus Thoughts on Government: “La definición misma de república es un imperio de leyes y no de hombres”.  Hay un hilo que conduce de la democracia, de las decisiones compartidas, a la ley justa, la última garantía de la libertad. Se trata de un hilo insuperable en el plano de los conceptos, pero frágil en su exposición al viento sucio de la historia.  Por eso debemos cuidarlo. Estremecedor, sin duda, pero, como diría el añorado filósofo, con esperanza, sin esperanza y aún contra toda esperanza, es nuestro único asidero. El de la razón. Salvo, claro, para quienes confían en los dioses o en sus doctrinas sin fisuras, para los iluminados o los psicópatas.

Y ahora, repasemos. Cuando en Alsasua se impide defender ideas, cuando se suministra jarabe democrático, cuando se aplaude a los asesinos y se intimida a las víctimas, cuando se le exigen a un presidente de gobierno referéndums o indultos, por encima del Parlamento o de la Constitución,  cuando se ejerce un poder para el que se está inhabilitado, cuando un presidente de una comunidad autónoma amenaza a un tribunal constitucional, cuando se reclama a los tribunales que desprecien la ley  y hasta cuando se convierte a la escolta en chica de los recados; en todos esos casos  hay comportamiento despótico. Se amenaza con el uso discrecional del poder. El miedo se utiliza como argumento.

En una sociedad republicana no se puede vivir con miedo.  Con miedo no hay libertad. Recuerden las palabras del personaje de Blade Runner: “Es toda una experiencia vivir con miedo, eso es lo que significa ser esclavo.”  Y si uno no es libre, nadie lo es.  De nuevo, las palabras del judío de Tréveris: “una sociedad  en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos”. Ni siquiera  son libres aquellos que hacen lo que quieren. Su libertad es una libertad consentida. Esa es la basura que sembró ETA, tan vez para siempre,  en el País Vasco. Los nacionalistas y los comprensivos no eran libres de querer algo distinto de lo que querían. También a ellos les perdonaron la vida. A veces, por un instante, quiero pensar que a algunos les asomó la duda de si defendían lo que defendían porque era lo que les dejaban defender. Pero el instante dura el tiempo de un pálpito.  No ignoro que quien no puede vivir como quiere acabar por convencerse de que quiere vivir como puede.

Puede que lo anterior suene un tanto filosófico, abstracto. Si quieren un ejemplo preciso de republicanismo, relean el discurso de Felipe VI  del 3 de octubre de 2017. Allí están todos los mimbres: la defensa de la Ley, de la Constitución y de la Democracia. Y sobre todo el recuerdo de que los poderes públicos no están al margen de la Constitución y del resto del ordenamiento jurídico. Lo que son las cosas, mutatis mutandis, el Rey estaba repitiendo las palabras que hace ahora doscientos años pronunciara Rafael del Riego: “España está viviendo a merced de un poder arbitrario y absoluto, ejercido sin el menor respeto a las leyes fundamentales de la nación”.  El Rey estaba defendiendo la República. Y no se lo perdonaron.

Quizá sea cosa de proteger a la república de los republicanos. No sería la primera vez.  Les confieso que en estos días con me acuerdo muchas veces de aquello que en carta del 6 de junio de 1930 le escribía Pedro Salinas a Jorge Guillén: “Dan ganas de hacer una declaración de republicanismo unipersonal y no volver a hablar luego. Hacerla para que no crean que se reserva uno. Y recién hecha declararse incompatible con el republicanismo español.