El batúa y Antonio de Nebrija

19 - 11 - 2018 / IGNACIO JANÍN - DIARIO DE NAVARRA

El batúa y Antonio de Nebrija

Con el batúa sólo se ha hecho lo que Nebrija hizo hace siglos: unificar todos los dialectos para alumbrar la lengua castellana". Esta cantinela es el relato oficial que se emplea como consigna para enseñar a los neófitos del vascuence a defender y justificar el invento del batúa.

Y este relato es falso. Antonio de Nebrija es, ante todo, una persona física, un humanista que, tras estudiar a los clásicos latinos, propone, desde su magisterio personal, aplicar unas pautas a la lengua castellana. El batúa, por el contrario, es el fruto de una decisión colectiva, adoptada, desde el poder, por partidos y academias, con carácter normativo y con exclusivos fines políticos.

Cuando Nebrija publicó su Gramática castellana en 1492, no se dedicó a unificar dialectos, tomando un poquito de cada uno de ellos para inventar el castellano. Este ya existía y venía fuerte y robusto. Ahí están el Cantar de mío Cid, el Libro del buen amor o La Celestina. Su propósito fue más el de facilitar la comunicación entre la gente, poniendo orden en la lengua de un reino en expansión y normalizándola para que los españoles de Valladolid, de Zaragoza, de Málaga y de Canarias, pudieran entenderse.

Pero antes de seguir con el batúa, dos pinceladas sobre el vascuence. Ha sido éste un idioma, no sólo de transmisión oral (con lo que ello supone de limitación para su desarrollo y de su inevitable tener que desperdigarse en sucesivos dialectos), sino de ámbito casi exclusivamente rural y sumamente rudimentario, cuya mayor gloria ha sido la de llegar vivo hasta la actualidad. No es que sea un idioma más antiguo que los demás (cuando Aitor lo empleaba, el resto de los humanos ya hablaban cada uno el suyo), sino que, mientras los demás evolucionaban y se enriquecían, éste se fosilizó y quedó algo raquítico. Se calcula que en el mundo existen actualmente unos siete mil idiomas vivos, si por vivo se entiende que lo hablen al menos dos personas. Todos tienen más de cinco mil años, porque desde hace más de cinco mil años toda la humanidad ha venido hablando. La diferencia entre unos y otros es que algunos, como el vascuence, probablemente se parecen a sus precedentes de la edad de piedra más que lo que se puedan parecer a los suyos el castellano o el chino mandarín.

Como tal idioma vivo, tan especial y al parecer tan incontaminado a lo largo de los siglos, merece toda la admiración y la atención, sobre todo por parte del mundo científico. Y sus hablantes, todo el respeto y todo el apoyo de la sociedad para poder seguir empleándolo donde y como hasta ahora, aunque todos sepamos que, en su estado "natural" y con sus siete dialectos principales, ni sirve para la vida moderna, ni resulta viable para un mundo global. Pero esa atención y ese apoyo sólo se justifican para con el vascuence milenario y genuino. Porque, si no se trata del original sino sólo del sucedáneo ¿qué razón hay para protegerlo, si con él no sólo no se ha contribuido a resguardar al auténtico vascuence, sino que probablemente se han destrozado, al menos en sus resultados prácticos, su léxico, su sintaxis y su prosodia propios?. Y basta oír a un 'euskaldunzarra' y a un neo-parlante, producto de 'ikastola' o 'euskaltegui', para ver la diferencia.

Siendo esto así, cualquier comparación entre la obra de Nebrija y los objetivos del batúa produce más pena que indignación. La obra de Nebrija, estableciendo reglas para hacer más fluida y segura la comunicación entre personas, instituciones y territorios, beneficia a la sociedad. Con el batúa no se ha pretendido facilitarle nada al ciudadano (que ya se comunicaba y se comunica sin dificultad utilizando el castellano que hoy conoce el cien por cien de la población), sino sólo asegurar la supervivencia del propio idioma, un ente abstracto, y no precisamente a favor de la gente, sino en su contra (se le pide el importante esfuerzo de aprenderlo sin que luego le sirva para nada), con un gasto impresionante y todo ello por razones puramente políticas.

El batúa no se ha inventado para que la gente se comunique sino para identificar al feligrés y justificar, con esa sinrazón de que tras un idioma hay una cultura y tras una cultura una nación, su enfrentamiento a lo español y, como consecuencia directa, su derecho a la independencia. Ante la desaparición de la raza, el Rh, los ocho apellidos o el lugar de origen como justificantes del derecho a decidir, sólo queda la lengua. Esta además, frente a las otras razones que no admiten posibilidad alguna de ser modificadas, tiene la ventaja de que se puede extender a la mayoría o a la totalidad de la población, simplemente imponiéndola desde el poder. Y hay muchas, muchísimas formas de hacerlo. Así que de semejanzas entre Nebrija y el batúa, nada.

IGNACIO JANÍN - DIARIO DE NAVARRA

2018-11-19