Y al fracaso se sumó el deshonor
Incluso el cinismo de los peores demagogos debería tener un límite. Debería limitar al menos con la fe de sus seguidores más fanatizados, aquellos que creyeron a pies juntillas en la posibilidad real de la secesión y en su promesa de prosperidad. Pero en la estofa política de Carme Forcadell no se atisba ese límite.
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