Y al fracaso se sumó el deshonor

10 - 11 - 2017 / EDITORIAL EL MUNDO

Incluso el cinismo de los peores demagogos debería tener un límite. Debería limitar al menos con la fe de sus seguidores más fanatizados, aquellos que creyeron a pies juntillas en la posibilidad real de la secesión y en su promesa de prosperidad. Pero en la estofa política de Carme Forcadell no se atisba ese límite.

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