Las oscuras razones de las lenguas propias

17 - 11 - 2020 / FÉLIX OVEJERO - EL MUNDO (VÍA FACEBOOK)

Las oscuras razones de las lenguas propias

 La mejor argumentación que he escuchado en defensa de la exclusión de la lengua común de los españoles como lengua vehicular en toda España la ha proporcionado la ministra portavoz, María Jesús Montero: «hay que dialogar para intentar consensuar un texto que reconozca la libertad y diversidad de nuestro país», para que así «cada uno se pueda expresar en las condiciones que le marca su territorio». Pues eso, nada. Una catarata de tópicos inanes que se arrojan sin mucha convicción a ver si sale una frase inteligible. Naturalmente, no sale. Y esta vez, contra todo pronóstico, la responsabilidad no es de la ministra, de su chisporroteante sintaxis habitual, sino del asunto.

 Llevo años leyendo y escribiendo sobre las llamadas políticas de normalización lingüística y no he encontrado un argumento consistente que las avale. Bueno sí, perdón: el argumento conservacionista, la apelación al riesgo de que las lenguas se pierdan.  Ojo: consistente no quiere decir moralmente respetable;  este, en particular, desprecia los derechos de los ciudadanos y los convierte en rehenes de las lenguas.

 Las razones reales son otras, pero hay que buscarlas por debajo de la hojarasca y las falacias de los entregados a hacer digerible la faramalla de la ministra: en los intereses de los políticos, bien alejados de los de los ciudadanos. Las de Oltra, por ejemplo, cuando sostiene que para que un médico pueda hacer un buen diagnóstico y acierte en el tratamiento del paciente "es fundamental que tenga la capacidad de entender –al que acude a su consulta- en su lengua sentida". El argumento, como tal, es cochambroso. La conclusión tiene una relación precaria con las premisas. Primero, porque si el paciente es escolarizado en la lengua común también se asegura el entendimiento. No solo de él, sino también del vasco o el gallego que pudiera enfermar por allí o que es trasladado para su tratamiento. Además, el paciente no se ha de preocupar si cae enfermo fuera de su pueblo, en Bilbao, Vigo o Madrid. Tercero, porque el “problema”, si existe, puede ser resuelto con un traductor. Y cuarto, y fundamental, porque para tener un buen diagnóstico lo importante es  un buen médico, algo que resulta improbable cuando los requisitos lingüísticos se imponen a los académicos.

 Pero sí, hay razones. Eso sí, no son decentes: el voto clientelar, las barreras de acceso a “los de fuera”. Y es que políticamente resulta rentable levantar barreras entre españoles. A medio plazo, Oltra y todos los demás, en Baleares, Galicia, Euskadi y Cataluña, se garantizan los votos de quienes pueden jugar en las dos ligas: la local y la nacional. Y en dos generaciones, con los niños “normalizados”, aún más.

 Porque, en realidad, el problema más serio no es el de los niños catalanes o valencianos, sino el de los otros españoles, a los que se veta el acceso a los trabajos y se complica la vida en su propio país.  A fuerza de aceptar los delirios hemos llegado al olvidarnos de lo obvio: el mejor modo de fortalecer a la comunidad política es allanar el camino a lo que nos une. Y lo que nos une a los españoles -y a los catalanes y a los vascos, entre ellos y con el resto de españoles- es la lengua común. También, por cierto, nos une a cientos de miles de emigrantes.  Y además es lo que fortalece la igualdad y la eficiencia. Ya ven: las bases de un programa político de izquierdas .