ETA y el cine: de la equidistancia a la justicia

20 - 10 - 2013 / Redacción Tolerancia

ETA y el cine: de la equidistancia a la justicia

El cine español ha mirado al terrorismo de ETA con tanta insistencia como ambigüedad, y desde hace más de treinta años.

Varias decenas de títulos importantes lo han hecho directamente a los ojos y desde distancias más o menos próximas, aunque no son tantos, lógicamente, los que han mantenido la mirada firme y sin bajarla. En realidad, ni la cantidad y ni siquiera la calidad han sido en muchas ocasiones lo crucial de este cine enfocado hacia el terrorismo de ETA; lo esencial, lo importante, lo auténticamente reseñable es en muchas ocasiones el lugar en el que se ha puesto la cámara, y hacia dónde apuntaba y con qué intención o finalidad. Por abreviar, se podría decir que el barrido de la mirada del cine al terrorismo etarra ha sido y es, dicho sin pulir, el siguiente: el punto de vista del director y de la película está situado donde los etarras (y desde allí se puede condenar, criticar, comprender y hasta alentar); el punto de vista está justo donde las víctimas (no son muchos los directores que se han atrevido a situar exactamente ahí su cámara, sin titubeos, honesta y valientemente), y el punto de vista se desdobla y mira con un ojo a un lado y con el otro, al otro, es lo que se llama «equidistancia», un concepto ante el que hay que reprimir el golpe de vómito.

Casi todo el cine que se ha hecho sobre el terrorismo, ha sido con la cámara puesta allí, en terreno, digamos, de «los otros», y entre los cineastas que han tomado este punto de vista destaca Imanol Uribe con cuatro películas, «El proceso de Burgos», «La fuga de Segovia», «La muerte de Mikel» y «Días contados». Con mayor o menor intensidad, el cine sobre la banda terrorista desde esta perspectiva siempre deja algún resquicio para la comprensión, la mezcla turbia de la ideología y el crimen, y suele estar impregnado con algo parecido a la leyenda, la mítica o la fascinación. Títulos como «Operación Ogro», de Gillo Pontecorvo; «Días de humo», de Antxon Eceiza; «La rusa» y «Sombras de una batalla», de Mario Camus.

Del cine «equidistante» hay también varios y buenos ejemplos, aunque la cima sin duda de este modo de mirar «polifónico» al «problema vasco» es la película de Julio Médem «La pelota vasca». Confiesa el director su intención de colocar la cámara en el centro del campo y, a cada lado, un equipo: a un lado los asesinos que disparan a la nuca y al otro las nucas que reciben el plomo; un lugar extraño desde el que mirar el terrorismo, pero hecho con grandes dosis de pretensiones poéticas, sentimentales, musicales y de ese «buenismo» que se respira cada vez más entrecortadamente. Cierta equidistancia hay también en «Yoyes», de Helena Taberna, aunque sólo sea por que ahí se confunden víctima y verdugo. «A ciegas», de Daniel Calparsoro, o «Ander y Yul», de Ana Díez.

Como es lógico, la mirada del cine al mundo etarra siempre ha estado en cierta consonancia con la mirada en general de la sociedad. Y el hecho es que a partir de lo que se llamó «el espíritu de Ermua» ese modo de enfrentar el crimen organizado de ETA cambió radicalmente. Ya Helena Taberna y Calparsoro amoldaron la intensidad de su mirada, como también la película del catalán Eduard Bosch «El viaje de Arián», en la que Ingrid Rubio encarna ese tobogán que conecta lo que se llama la lucha callejera con la mafia terrorista.

La resistencia y la dignidad

Pero el terreno firme, la postura clara y la mirada decente y desde el único lugar admirable ha venido con películas de corte documental, alentadas y producidas por Elías Querejeta, y dirigidas por Eterio Ortega, como es el caso de «Asesinato en febrero», donde no hay más comprensión que hacia las figuras del socialista Fernando Buesa y su escolta Jorge Díaz Elorza, y a las familias de ambos, o la más reciente «Perseguidos», donde se husmea entre el valor, la resistencia y la dignidad de unos cuantos personajes que están y viven con la diana de ETA sobre ellos. Y del mismo modo memorable mira hacia allí «Trece entre mil», de Iñaki Arteta, en la que mira a las víctimas con nombre y apellido, con el desprecio más absoluto hacia sus verdugos y sus soguillas, una película en la que se aprecia la «equidistancia» sólo como un lugar innoble, injusto e inmundo.

Tal y como vuelen los vientos, se posará la mirada del cine y los cineastas en el mundo etarra y su sangrienta historia. Curiosamente, y a pesar de la claridad y calidad de los lugares que ocupa cada uno, el plomo y la nuca, no se acaba de cerrar esa puerta entreabierta a la «comprensión» o «fascinación» (siempre más o menos diluida con el agua de los tiempos) con el asesino terrorista. Extraña tendencia a la polifonía en este embarrado terreno, mientras que en otros de sordidez y suciedad parecida sí se han dejado bien atadas las cuestiones morales: ni se plantea la «equidistancia» entre violadores o maltratadores con sus víctimas, ni por supuesto se le da el mismo micrófono al pederasta que a su víctima...

http://www.abc.es/hemeroteca/historico-17-12-2006/abc/Domingos/eta-y-el-cine-de-la-equidistancia-a-la-justicia_153489764753.html


Eta y el Cine. Las fuentes de información de los profesionales del cine

En el año 1976, Iñaki Núñez comienza el rodaje de la primera película cuyo argumento tenía que ver con ETA. Desde entonces, entre ficción y documentales, se han realizado casi cuarenta filmes. Salvo excepciones, para ambos géneros, la utilización de fuentes de información ha sido imprescindible para escribir el guión y conveniente para recuperar la ambientación. El presente trabajo tiene como objeto identificar los recursos documentales empleados en cada uno de las películas seleccionadas, sistematizarlos,
conocer la procedencia e identificar cual ha sido su utilización. Artículo completo.

Revista General de Información y Documentación ISSN: 1132-1873, 2006, 16, núm. 2 195-216, CEU. Universidad San Pablo, Departamento de Periodismo


ETA vista por el cine

La coincidencia en las carteleras españolas de tres películas en torno al terrorismo de ETA (El viaje de Arián, La voz de su amo y Asesinato en febrero) ha puesto de nuevo en primer plano la relación entre el cine y el terrorismo vasco. Con motivo del estreno de estos filmes ha sido casi un lugar común afirmar que ETA es un tema tabú, apenas tratado por el cine español. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, puesto que -desde 1977 hasta la actualidad- un total de veintisiete largometrajes, la mayor parte dirigidos o producidos por vascos, han abordado el problema de la violencia en Euskadi. La clave de la cuestión no ha estado tanto en la poca cantidad como en la escasa calidad y hondura de buena parte de esas películas, que ha hecho que la mayor parte tengan escaso éxito entre el público.

Fue sobre todo en ios años setenta y ochenta -en el contexto de un cine vasco politizado como consecuencia de la transición democrática- cuando se multiplicaron las películas (primero cortos y luego largometrajes) que reflejaban la situación vasca. Esta eclosión era lógica, ya que el final de la dictadura invitaba a llevar a la pantalla lo que no había podido decirse en los años anteriores y de ahí la abundancia de películas que daban una visión de claro partidismo favorable al nacionalismo e incluso proclives a ETA. Diversos cineastas (entre los que destaca Imanol Uribe, con tres largometrajes fundamentales en la época, dos de ellos basados en hechos reales de la historia de ETA: El proceso de Burgos, La fuga de Segovia y La muerte de Míkel) abordaron directamente el tema. Incluso películas históricas vascas, ambientadas en la Edad Media, como Akelarre, de Pedro Olea, o La conquista de Albania, de Alfonso Ungría, eran susceptibles de una doble lectura, desde la época en que se situaba la acción y desde la coyuntura vasca de los años ochenta. Junto a las producciones vascas, otras películas dieron también su particular visión de algunas acciones de ETA, como el asesinato de Carrero Blanco, llevado al cine por Gillo Pontecorvo (Operación Ogro) y con menor acierto por José Luis Madrid (Comando Txikia).

Desde comienzos de los años noventa, la búsqueda de temas más universales en el cine vasco, un cierto hartazgo de los espectadores por la politización de este cine y los cambios políticos produjeron una reducción en el número de filmes sobre la cuestión vasca. No obstante (a pesar del explícito deseo de los cineastas de separarse de la tradición del cine militante propio de la transición), siguieron apareciendo películas sobre ETA, entre ¡as que se pueden mencionar Días contados, de Imanol Uribe y Sombras en una batalla, de Mario Camus, que es en mi opinión la película de ficción que con más hondura ha llevado hasta la fecha el tema de ETA a la pantalla. Entre finales de la década de 1990 y la actualidad ha podido observarse cierto renacer del interés cinematográfico sobre el terrorismo, que probablemente no es ajeno a la evolución de la sociedad vasca, con hitos significativos, como los sucesos de Ermua en 1997 y la tregua de ETA en 1998-1999, que parecían hacer posible una visión distinta de la que el cine había dado mayoritariamente hasta este momento. Así, tras el estreno en 1997 de A ciegas, de Daniel Calparsoro, llegaron Yoyes, de Helena Taberna (que salió airosa en el tratamiento de un hecho histórico comprometido, el asesinato por ETA en 1986 de la antigua dirigente de la organización, Dolores González, Yoyes) y los tres filmes actualmente exhibidos, con alguna película más en perspectiva.

En estas décadas, el cine ha ido evolucionando -seguramente al ritmo que lo hacía la propia sociedad- desde una cierta benevolencia o al menos comprensión con la violencia (que puede estar en relación con la "fascinación" ante ETA que, según Jon Juaristi, hubo en ciertos sectores de la izquierda vasca y española en la etapa final del franquismo y en la transición, al verla como la organización que más se había opuesto a la dictadura) hacia posturas éticamente más comprometidas. Sin embargo, dejando de lado algunos ejemplos aislados, existe un abanico en el que una relativa ambigüedad convive y se entrecruza muchas veces tanto con una cierta mitificación de ETA como con la condena de la violencia. Así, a pesar de la evolución cronológica, cierta ambigüedad ha sido característica de muchos de ios filmes sobre ETA. Esta idea es perceptible incluso en películas nada "sospechosas" como La rusa (con guión de Juan Luis Cebrián, ex-director de El País), en la que los personajes negativos no son los terroristas, sino algunos militares españoles, que no han abandonado sus ideas franquistas y que boicotean la "necesaria" negociación política con ETA; o en Días contados, de Uribe, en la que la figura del terrorista que interpreta Carmelo Gómez puede quedar idealizada, sobre todo por su actitud "humanitaria" ante su amante. Esto podría explicar también que no haya habido a veces grandes diferencias entre los puntos de vista de las películas vascas y de las producidas en el resto de España, que presentan percepciones y matices diversos, pero sin que pueda establecerse ni mucho menos una separación diáfana entre las películas "vascas" y las "españolas", según su tratamiento del terrorismo. Así, el cine influye sobre las percepciones que la sociedad tiene del problema vasco, pero también a veces es la sociedad la que va por delante de la creación cinematográfica, como quedó reflejado en el diferente mensaje de A ciegas, antes y después del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Si cuando estaba realizando el rodaje, Calparsoro declaró que A ciegas reflejaba "la confusión de Euskadi", tras el estreno -que tuvo lugar después de la conmoción social que supusieron los sucesos de Ermua- afirmó que A ciegas era "un basta ya a la violencia", lo que refleja bien a las claras cómo el significado de la película depende no sólo de su producción, sino del nivel de percepción de la sociedad que lo recibe y cómo los creadores han de adaptarse a la realidad social.

Por otra parte, resultan significativos los temas que se repiten en las películas sobre ETA. Además de algunos hechos clave de su historia (el juicio de Burgos, el asesinato de Carrero Blanco), el tema más tratado ha sido el regreso del exilio o de la cárcel, la vuelta a casa, con la consiguiente dificultad para reinsertarse y volver a la vida civil de los antiguos etarras. Esta dificultad para comenzar de nuevo sería debida no sólo a la represión o a factores externos, sino a la intolerancia del mundo abertzale radical y de la propia organización terrorista, como sucede en Yoyes o en El viaje de Arián. Otro de los aspectos tratados con mayor asiduidad han sido los excesos represivos de la policía en la lucha antiterrorista. Independientemente de que en ocasiones esto haya correspondido a la realidad, lo cierto es que esta visión cinematográfica puede contribuir a tratar de buscar un punto de equilibrio entre dos violencias simétricas (la de ETA y la del Estado), dando así una visión muy parcial del problema.

Las tres películas actualmente en cartelera son un buen ejemplo de la diversidad de acercamientos posibles a ETA desde el cine. La voz de su amo es un intento, absolutamente fracasado, de construir -según su director-un thriller o cine negro a la española, ambientado en la Vizcaya de 1980, en el momento de mayor capacidad asesina de ETA a lo largo de su historia. Lo cierto es que la compleja historia de violencia, drogas, sexo, terrorismo y corrupción policial en torno a un empresario estafador, su guardaespaldas, su hija, varios integrantes de la policía y miembros de ETA no consigue convencer. No es extraño que el comentarista del Nuevo Herald, con motivo del estreno del filme en el Festival de Cine de Miami, afirmara que "este thriller diabólicamente complicado mete en el caldero tantos elementos disímiles, que muy a menudo no se sabe quién mata a quien, y mucho menos porqué". Pero lo peor es que esta película recuerda esa ambivalencia propia de buena parte del cine sobre el terrorismo de tos años ochenta, en el que no se sabía si la verdadera maldad estaba en ETA o en la policía española, que -como sucede en La voz de su amo, aunque no sea esa la intención del director- siempre es más corrupta, más malvada y en el fondo más criminal que la organización terrorista.

Diferente es el caso de El viaje de Arián, del debutante catalán Eduard Bosch. Se trata de una película bienintencionada, en la que sí hay una toma de postura clara contra la violencia etarra y contra la kale borroka, presentadas con más detalles históricos concretos que en otros filmes de este tipo, que a veces han sobrevolado sobre el problema sin atreverse a entrar a fondo en él. Así, tiene importantes aciertos, como el reflejo de ciertos ambientes sociales de la Navarra actual, la presentación del entorno familiar de Arián, la protagonista (impresionante Ingrid Rubio) y su viaje interior desde la implicación en el terrorismo hasta su desengaño más absoluto. Es una pena, sin embargo, que estas buenas intenciones se queden en eso, en buenas intenciones, por culpa de un guión alargado artificialmente (inicialmente El viaje de Arián fue un mediometraje sobre el secuestro de la hija de un industrial, que ahora es la parte central del filme) y de una serie de escenas tan increíbles (como la muerte de los dos miembros del comando, la relación de la terrorista que interpreta Silvia Munt con un policía corrupto o la forma en que Arián huye a Cataluña tras el secuestro) que dejan frío al espectador y hacen que la película en su conjunto, a pesar de sus aciertos, no termine de funcionar,

Muy otro es el resultado del documental Asesinato en febrero, producido por Elias Querejeta, presentado con éxito en la reciente Semana de la Crítica de Cannes y que se centra en el asesinato por ETA del dirigente socialista Fernando Buesa y del ertzaina Jorge Díaz Elorza, que tuvo lugar en Vitoria en febrero del año 2000. A partir de testimonios de familiares y amigos de ambas víctimas, de imágenes de la capital alavesa y de la voz de un experto que narra, con una objetividad impresionante, cómo se comete un atentado, el director Eterio Ortega y el guionista -el propio Querejeta-nos acercan con gran intensidad dramática a la explicación (o más bien la no explicación) de un hecho desgraciadamente demasiado habitual entre nosotros, Fotografía, montaje y banda sonora logran un tempo perfecto, por medio del cual el espectador se introduce en un mundo de contrastes, tan real como brutal. Es cierto que -como sucede en todas las películas basadas en testimonios orales- parte del ritmo del filme depende de la capacidad expresiva de los testigos, pero en este caso el resultado en su conjunto es realmente excepcional. En este sentido es magnífico el testimonio de los abuelos de Jorge Díaz o -por su hondura y mirada hasta cierto punto esperanzada, frente a la comprensible amargura de otros testigos- el de la mujer de Fernando Buesa, y mucho menos atractivo el de la cuadrilla de amigos del ertzaina asesinado, Los autores han tenido además el mérito de no centrar el documental en un análisis racional, histórico o político del asesinato. De hecho, ETA no se menciona expresamente ni una sola vez a ¡o largo del filme (en realidad no hace falta), como tampoco se aclara, hasta los créditos finales, la filiación política de Fernando Buesa, Pero todo eso sobra ante la plasmación en la pantalla (sin caer en el morbo ni en el sentimentalismo fácil) de la humanidad de las víctimas y de la inhumanidad de ios verdugos. Asesinato en febrero no es, básicamente -como ha escrito Ángel Fernández Santos- un documental en sentido estricto, sino un "poema trágico". Quizá a alguno le parezca poco, pero esta película es un magnífico ejemplo de lo que el cine -desde una perspectiva ética, pero sin convertirse en un panfleto arrojadizo- puede hacer para que entendamos un poco más el drama humano del terrorismo.

Lo cierto es que Euskadi (a diferencia de Irlanda, con películas de altura, como las de Neil Jordán, Ken Loach o Jim Sheridan) apenas ha contado hasta ahora con cineastas que supieran acertar en la versión cinematográfica dei problema vasco, sobre todo por medio de la ficción. Tal vez su propia complejidad ha dificultado hacer un análisis más sereno desde el cine, y así algunos directores, como Montxo Armendáriz, han señalado que ETA es un tema complicado que "habría que coger con papel de fumar" a la hora de llevarlo al cine. El propio Sheridan -autor de varios filmes sobre el IRA- declaró en el Festival de San Sebastián de 1996 que consideraba muy difícil hacer una película sobre el problema vasco, al ser mucho más complejo que el irlandés. La inexistencia de una fórmula "mágica" para resolver el problema vasco, la división y las contradicciones de la propia sociedad y el hecho de que se trate de una situación todavía abierta han hecho más difícil que -con las excepciones mencionadas- el cine haya abordado con acierto uno de los aspectos más trascendentales de nuestra historia reciente. En este sentido, hay que esperar que el cine, sin renunciar a sus parámetros dramáticos, muestre a partir de ahora una mayor hondura en el análisis humano, político, histórico y social de la violencia en Euskadi.

LARGOMETRAJES SOBRE ETA Y LA VIOLENCIA EN EL PAÍS VASCO Año Título Director

1977 Comando Txikia José Luis Madrid

1978 Toque de queda Iñaki Núñez

1979 El proceso de Burgos Imanol Uribe

1979 Operación Ogro Gillo Pontecorvo

1981 La fuga de Segovia Imanol Uribe

1983 El caso Almería Pedro Costa

1983 El Pico Eloy de la Iglesia

1983 Euskadi hors d'État Arthur Mac Caig

1983 La muerte de Mikel Imanol Uribe

1983 Los reporteros Iñaki Aizpuru

1984 Goma 2 José Antonio de la Loma1985 Golfo de Vizcaya Javier Rebollo

1986 Amor de ahora, El Ernesto del Río

1987 La rusa Mario Camus

1988 Ander y Yul Ana Diez

1988 Proceso a ETA Manuel Macià

1989 Días de humo Antxon Eceiza

1989 La Blanca Paloma Juan Miñón

1991 Amor en off Koido Izagirre

1991 Cómo levantar mil kilos Antonio Hernández

1993 Sombras en una batalla Mario Camus

1994 Días contados Imanol Uribe

1997 A ciegas Daniel Calparsoro

2000 Yoyes Helena Taberna

2001 El viaje de Arián Eduard Bosch

2001 La voz de su amo Emilio Martínez Lázaro

  • Veintisiete largometrajes, la mayor parte dirigidos o producidos por vascos, han abordado el problema de la violencia en Euskad
  • El final de la dictadura invitaba a llevar a la pantalla lo que no había podido decirse en los años anteriores y de ahí la abundancia de películas que daban una visión de claro partidismo favorable al nacionalismo e incluso proclives a ETA
  • 'Sombras en una batalla’, de Mario Camus, que es en mi opinión la película de ficción que con más hondura ha llevado hasta la fecha el tema de ETA a la pantalla
  • Además de algunos hechos clave de su historia (el juicio de Burgos, el asesinato de Carrero Blanco), el tema más tratado ha sido el regreso del exilio o de la cárcel, la vuelta a casa, con la consiguiente dificultad para reinsertarse y volver a la vida civil
  • Hay que esperar que el cine, sin renunciar a sus parámetros dramáticos, muestre a partir de ahora una mayor hondura en el análisis humano, político, histórico y social de la violencia en Euskadi

Artículo originalmente publicado en: http://www.laclave.net/ver_dossier.php3?id=3 (desparecido, ya no se encuentra en ese enlace).


17/12/2006 - ABC, Revista General de Información y Documentación, laclave