La clase del empate infinito

28 - 11 - 2018 / MARÍA JIMÉNEZ RAMOS - EL CORREO

La clase del empate infinito

Afirma el filósofo Reyes Mate que el siglo XX está repleto de materia prima para la tragedia y que el problema es cómo construirla. La composición del relato de la violencia en el País Vasco se ha convertido en un tema recurrente en el posterrorismo. Los debates teóricos y políticos han bajado a la arena gracias a la unidad didáctica auspiciada por el Gobierno vasco para llevar a las aulas la historia de ETA. En realidad, el relato es eso: qué van a aprender de lo ocurrido quienes no lo vivieron. Cuando toca concretar, a los interesados no les queda más remedio que exponer sus planteamientos a cara descubierta. Y es el problema, en resumidas cuentas.

En el choque de relatos en torno al terrorismo de ETA hay dos posturas que se sitúan en los extremos del arco: la visión que justifica a ETA y a los perpetradores, y los ensalza como héroes románticos sacrificados por la patria; y la que considera a la organización como terrorista y responsable de la mayoría de los episodios de violencia política, y que sitúa a las víctimas en el centro del análisis. En medio existe lo que Martín Alonso llama el 'tercer espacio', una suerte de paraíso de la equidistancia. En él se instaura el 'conflicto' como marco de análisis y se defiende la tesis del 'empate infinito' entre los agentes violentos enfrentados, todos ellos al mismo nivel. Muchos de los elementos de esta visión están presentes en los vídeos que el Gobierno vasco pretende llevar a un puñado de institutos el próximo año.

Como se constata en los más de cien minutos de grabaciones, el contexto en el que se desarrollan los acontecimientos es el del conflicto. La entrevistadora se refiere al guardia civil José Antonio Pardines, primera víctima de ETA, y a su asesino, el etarra Txabi Etxebarrieta, abatido poco después en un enfrentamiento policial, y habla de «ambas muertes», sin especificar las motivaciones y circunstancias de cada una de ellas. Su interlocutor es el exmiembro de ETA José Félix Azurmendi, que califica de «sacrificio» la actuación de Etxebarrieta. Y eso es solo el principio. Buena parte del primero de los cinco vídeos se dedica a describir el contexto político de los años sesenta: la represión del régimen franquista, la lucha por los derechos de los trabajadores o la prohibición del euskera.

Julen Madariaga, fundador de ETA, presenta a la banda como la vanguardia de la revolución necesaria y el asesinato de Carrero Blanco aparece como el éxtasis de la lucha antifranquista. A Martin Auzmendi, exmiembro de ETA Políticomilitar, la entrevistadora le formula la pregunta que deja al descubierto el planteamiento del proyecto: «¿Cuándo tendría que haber terminado ETA?». Como si la aparición de una banda terrorista formara parte del destino manifiesto de la sociedad vasca.

En el tercer espacio ocupa un lugar privilegiado el reparto de responsabilidades. Los vídeos se convierten así en un juego de equilibrismo permanente: en 1968 llegaron «las primeras muertes» a manos de ETA y «las primeras detenciones masivas»; al inicio de la democracia ETA mató a más de 500 personas, «al mismo tiempo que se sucedían las noticias de torturas y abusos policiales»; y el discutido informe de torturas del Gobierno vasco, dirigido por Francisco Etxeberria, se da por bueno y aparece en dos de los vídeos.

En lo que respecta a las víctimas, el mantra de la igualación por el sufrimiento se impone a la distinción por su significado político; es decir, como todos sufrimos, todos fuimos víctimas. Esto implica que primero Borja Sémper cuenta que comparte espacio político con quienes hubieran justificado su asesinato y justo después, Hasier Arraiz, exlíder de Sortu, se lamenta de haber tenido que «dormir con un ojo entreabierto porque siempre teníamos un coche de policía debajo de casa». Lo importante, a fin de cuentas, es la generación del sufrimiento, venga de donde venga.

Por último, para el 'tercer espacio', buscar la paz es una premisa necesaria, de ahí las abundantes referencias al proceso de paz de Irlanda del Norte y a los intentos frustrados por imitarlo. Casi todas las odas van en la misma dirección: Elkarri, cuya mano ejecutora fue Jonan Fernández, ahora responsable último de la unidad didáctica de la polémica.

Si bien los vídeos se pueden analizar por su contenido, también se pueden abordar por sus omisiones. No se dedica ni un solo minuto a las víctimas de la violencia de persecución, a los exiliados forzosos que tuvieron que abandonar Euskadi ante la amenaza del terrorismo ni a los escoltas que se jugaron la vida protegiéndolos. También se realiza una cuidada selección de víctimas, apostando por aquellas que asumen los postulados de la dirección general de Derechos Humanos, y dejando fuera a los grupos más críticos encabezados por Covite, la asociación mayoritaria en el País Vasco.

El relato, parece evidente, no solo consiste en lo que se cuenta, sino también en lo que se oculta. Mirarse al espejo resulta una tarea incómoda y los equidistantes que abanderan el proyecto educativo han optado por una versión de la realidad que no desestabilice sus forzados equilibrios. Se escudan en el prestigio de algunos de sus asesores, a los que parecen haber contratado como parapeto y cuya labor, en realidad, es reducida en el conjunto del trabajo. Y, entretanto, avanzan en el objetivo que llevan años persiguiendo: la institucionalización del conflicto, esta vez, por la vía adolescente. [Publicado el 28/10/2018]

MARÍA JIMÉNEZ RAMOS - EL CORREO

2018-11-28