Los golpes siempre suceden en otra parte

21 - 01 - 2021 / FÉLIX OVEJERO - EL MUNDO

Los golpes siempre suceden en otra parte

Los españoles, que íbamos para doctorado en sutilezas y distingos a cuenta del procés, no hemos dudado un instante en calificar la extravagante ocupación del Capitolio: un golpe de Estado. Si acaso, los más sofisticados han establecido a una elaborada distinción entre rodear y asaltar que, de facto, a la vista de las fotografías, parece depender de la calidad de las cerraduras, que impidió a los rodeadores encaramados a las puertas oficiar como asaltantes. Porque la distinción no podía reposar en las declaraciones de los agitadores: hasta donde se me alcanza los tuits del energúmeno Trump el día de Reyes eran pellizcos de monja comparados con las declaraciones solemnes de los sucesivos presidentes de la Generalitat desde aquel Montilla que, en una comparecencia institucional en el Palau de la Generalitat, comenzó diciendo: “"El Tribunal Constitucional está lamentablemente desacreditado y moramente deslegitimado". O las más recientes del vicepresidente Iglesias contra Llarena y Marchena. Precisamente Llarena y Marchena. Sin olvidar el prolongado preámbulo del otoño de 2017: instituciones del Estado literalmente ocupadas preparando con hombres y recursos la sustitución de orden jurídico español. Hubo muchos “apreteu”, algunos impresos en el B.O.E. catalán, y muchas dejaciones policiales alentadas por los poderes públicos, incluidos municipales, que allanaron el camino prácticas golpistas perfectamente organizadas como bloqueos de carreteras, acosos a policías nacionales y ocupaciones de aeropuertos. Y la singular apreciación de los muertos del Capitolio, lo único que muestra es la hipocresía de quienes decían estremecerse ante la represión más brutal de la Europa de la posguerra.

Pero bien está que unánimemente condenemos a Trump, aunque no sé si hasta el punto de aplaudir el cierre de su cuenta de Twitter, un asunto que, a poco que se piense en serio, invita a sombrías reflexiones acerca de la compatibilidad entre el capitalismo y la libertad de expresión. Pero, en fin, no olvidemos lo importante: nadie ha reclamado diálogos, indultos preventivos (como Iceta en su día) o comprensión ante sus emociones y sufrimientos, como el ministro Ábalos, conmovedoramente empático en sus recientes comparecencias.

Por eso cuesta entender que, ante nuestras variantes locales del golpismo, el presidente sostenga que “todos hemos cometido errores”. No estoy seguro de que hayamos desgranado las inquietantes aristas morales de su declaración. Quien juzga errónea su actuación nos está diciendo que se arrepiente de lo que ha hecho. Y lo único que ha hecho, en el mejor de los casos, es cumplir la ley. No es una cosa menor en boca del primer encargado de hacer cumplir la ley. En corto: para Sánchez el cumplimiento de la ley ha sido un error. La consideración resulta particularmente inquietante en alguien partidario de indultar a los golpistas, que no solo no se arrepienten, sino que, además, sostienen que volverán a hacerlo. El único modo de hacer inteligibles los dos juicios, sin trastornos lógicos, es bajo el supuesto de que los otros tienen sus buenas razones para hacer lo que hicieron. O en una versión solo aparentemente más inofensiva, que por debajo de sus torpezas, había una causa justa. Y si una causa es justa, el político debe defenderla.

Mi conclusión no se ve desmentida por el hecho de que no se defiendan indultos personalizados, sino a todos. No es a los golpistas, sino al golpe, a la causa. No es compasión con el pecador, sino reconocimiento de la bondad de la causa. Lo dicho: torpezas en los procedimientos y motivos justificados. No estoy forzando el argumento. Al revés, bajo esa consideración se entiende buena parte de la historia reciente: Otegi y los indultos; la miserable vida civil del País Vasco; las políticas de alianzas de los socialistas en todas partes.

Si se les ocurre otra conjetura mejor, quedaría muy agradecido. La mía es deprimente.

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