Tal día como hoy en 1997, José Antonio Ortega Lara fue liberado por la GC, después de 532 días de secuestro

01 - 07 - 2020 / MARIA ORTIGOSA - FACEBOOK | EL MUNDO

Sobre Jose Antonio Ortega Lara

José Antonio Ortega Lara era un funcionario de prisiones que trabajaba en la cárcel de Logroño. El 17 de enero de 1996, cuando regresaba del trabajo, fue secuestrado por dos miembros de ETA y conducido a una fábrica de Mondragón. Allí, en un habitáculo de 3 m de largo por 2´2 m de ancho y 1´8 m de alto, Ortega Lara permaneció quinientos treinta y dos interminables días, junto a un saco de dormir, una hamaca, una silla, una mesa y un orinal. Quinientos treinta y dos días en los que no tuvo ningún contacto con sus captores, salvo el momento en el que estos le daban la comida por un ventanuco. Ni que decir tiene que llegó a plantearse el suicidio como única manera de acabar con su sufrimiento y para ello tenía preparados una cuerda elaborada con plástico y una pieza afilada extraída de un walkman. Afortunadamente, sus convecciones religiosas le impidieron llevar a cabo su plan.

El 1 de julio de 1997 la Guardia Civil, que llevaba semanas vigilando el lugar, realizó un registro en las instalaciones acompañados del juez Baltasar Garzón. Tras negar durante horas sus captores que allí estuviera Ortega Lara, los agentes levantaron, en un último intento, la pieza de una maquinaria bajo la que se encontraba la entrada al zulo. Cuando Ortega Lara vio al guardia civil, que llevaba la cara cubierta, le gritó “¡Matadme de una puta vez!”. Finalmente, con veintitrés kilos menos, atrofia muscular, desnutrido y con problemas en la vista, José Antonio Ortega Lara fue liberado. Sus secuestradores (Javier Ugarte, José Manuel Gaztelu, Josu Uribechebarria y José Luis Erostegui) tenían orden de esperar la decisión final de la cúpula de ETA, orden que sería publicada en el periódico proetarra EGIN: “Txoria askatu” (Liberad al pájaro) o “Txoria bota” (Tirad, disparad al pájaro).

Es difícil imaginar la podredumbre que puede tener un psicópata en su podrido cerebro para tener encerrado a un perro en un cubil, durante quinientos treinta y dos días, mal alimentado, incomunicado, padeciendo la brutal humedad que se filtraba desde el río Deva, por lo que me resulta absolutamente incomprensible imaginar la naturaleza de la psicopatía que puede llevar a estos cuatro terroristas a tener encerrado a una persona en condiciones inhumanas, durante quinientos treinta y dos interminables días.

A todos los que lo siguen justificando y contextualizando, les deseo un sufrimiento similar."

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"Aquí hay vida, está aquí seguro": El guardia civil de Casillas de Flores que localizó a Ortega Lara en el zulo de Mondragón hace justo 23 años

Hace ya 23 años de aquel 1 de julio de 1997 que quedará guardado para siempre en la memoria de cientos de miles de españoles. Porque la cara de aquel hombre, delgadísimo y barbudo, al que una banda asesina había mantenido 532 días en cautiverio, no se olvida

J. SORIA - SALAMANCA 24H


Así se produjo la liberación

Hace unas semanas comenté aquella terrible imagen. La historia de la liberación de Ortega Lara (al que algunos gustaría ver de nuevo enterrado en vida en aquel miserable agujero) merece ser recordada. Hoy se cumplen 23 años de la operación que le puso en libertad. Me vais a permitir un pequeño homenaje:

"La historia que desembocó en la localización y liberación del funcionario de prisiones secuestrado es la crónica de una de las investigaciones más complicadas y perseverantes de cuantas se llevaron a cabo en la lucha contra el terrorismo en España. Todo surgió a partir de unas enigmáticas siglas que aparecieron en la documentación incautada a dos miembros de ETA, Julián Atxurra Egurrola, Pototo, detenido en Francia el 23 de julio de 1996 y Juan Luis Aguirre Lete, Isuntza, capturado unos meses más tarde, el 27 de noviembre de ese mismo año. El primero era el responsable del aparato logístico de la organización terrorista y el segundo estaba al frente de los comandos ilegales. Una anotación encontrada a Aguirre Lete entre la documentación incautada tras su detención levantó las sospechas de los investigadores. En ella se podía leer: “5K (5 millones) a BOL”. Los policías pensaron que podría tratarse de una serie de entregas por una cantidad un tanto elevada e inusual, dado el momento que atravesaban en aquellos momentos las finanzas de ETA. A partir de ese instante comenzaron a cruzarse cientos de nombres y apellidos de posibles sospechosos que encajasen con aquellas siglas. Uno de ellos era BOLinaga, Josu Uribeteberria Bolinaga, un simpatizante de la organización terrorista de Mondragón muy radicalizado que había mantenido relación con varios etarras aquella localidad. Estos contactos y las rutinas extrañas que llevaba hicieron que las investigaciones comenzasen a centrarse en él. La operación desarrollada por la Guardia Civil se denomino “Pulpo” y en principio tenía como objetivo establecer un seguimiento exhaustivo de Bolinaga y otros tres sospechosos más: Xavier Ugarte Villar, José Luis Erostegui Bidaguren y José Miguel Gaztelu Otxandorena. Los investigadores detectaron que los terroristas entraban habitualmente con comida en una nave industrial de Jalgi, una empresa de la localidad guipuzcoana, y que, además de ello, solían acudir a la lonja con un tubo de los utilizados en aireación de espacios cerrados. Sin embargo, todos esos indicios no eran suficientes para poner en marcha una operación que requería de un mandamiento judicial. A pesar de ello, como han señalado Manuel Sánchez y Manuela Simón en su trabajo sobre la historia de la Guardia Civil contra el terrorismo de ETA, decidieron intentar la operación para rescatar al funcionario de prisiones: se decidió explorar la operación aprovechando que se encontraba de guardia el juez Garzón; era conocida su propensión a implicarse en operaciones mirando más hacia el resultado final y facilitando la labor de los investigadores, siempre respetando las leyes.

Los acontecimientos se precipitaron sobre las 1:30 h del 1 de julio de 1997, cuando la organización terrorista dejó en libertad al empresario Cosme Delclaux en la localidad de Elorrio. La Guardia Civil había barajado la posibilidad de que el empresario vizcaíno y Ortega Lara podrían estar secuestrados en el mismo lugar y aquella noticia les desconcertó, ya que en aquel mismo momento se encontraban preparando la operación para detener a los cuatro sospechosos. Sobre las 4.00h miembros de la Unidad Especial de Intervención (UEI) irrumpieron en los domicilios de los cuatro presuntos miembros de ETA y tras detenerlos trasladaron a Bolinaga a la nave industrial para proceder a un registro en presencia de la comisión judicial, encabezada por el juez Baltasar Garzón, que se había desplazado desde Madrid esa misma noche. En el interrogatorio el detenido negó rotundamente cualquier relación con el secuestro del funcionario de prisiones.

Los guardias civiles registraron exhaustivamente la nave durante horas de arriba a abajo, buscando alguna pista, algún rastro, por mínimo que fuera, que indicase la existencia de un mecanismo que permitiera el acceso al zulo. Sin embargo, no encontraron nada. El juez siguió preguntando a Bolinaga sobre Ortega Lara pero este se mantuvo firme y comenzó a extenderse el desánimo entre los miembros de la EUI y la comisión judicial. Todos los recursos materiales y humanos invertidos en la investigación, todos los datos cruzados, los nombres, las claves y los seguimientos que habían hecho parecían haber sido inútiles. A pesar de ello el capitán que dirigía el operativo, convencido de que estaban sobre el zulo donde se encontraba Ortega Lara, insistió en que seguirían buscando. Como comentó después Francisco Gil, el guardia civil que entró en el aquel agujero: “No nos rendimos, nuestro Servicio de Información llevaba mucho tiempo (y nos dice) seguid que al final vamos a conseguir algo, seguid”. De pronto, unos cuantos agentes sospecharon de un cilindro incrustado en el suelo que formaba parte de una extraña máquina y trataron de levantarlo. El juez Garzón ordenó traer una vez más a Bolinaga. Sin derrumbarse ni siquiera perder la calma, el terrorista pronunció las palabras que todos estaban esperando escuchar: “Ahí está” y les indicó como abrir eléctricamente el cilindro-ascensor, un artilugio que permitía el acceso al zulo en el que se encontraba el secuestrado. Manuel Sánchez Corbí, el hombre que estaba al frente del operativo de la Guardia Civil, recuerda aquellos momentos.

Se eligió a un hombre de la UEI delgado y no muy alto para entrar al zulo; al cabo de unos interminables minutos asomó Ortega Lara. Su primera reacción al ver tantas caras fue volver a meter la cabeza hacia dentro. Lo que vimos asomar parecía por su aspecto un náufrago, nada que ver con la imagen que todos teníamos memorizada. Se elevó un clamor de voces de alegría desbordada, acallado espontáneamente por la impresión de la imagen demacrada.

Como recordó más tarde Francisco Gil el agente que entró en aquel habitáculo, Ortega Lara, imploró que lo mataran de una vez al no reconocer que se trataba de un guardia civil encapuchado que le estaba liberando y no los terroristas que lo habían torturado sin piedad durante todos aquellos meses. El zulo estaba dividido en tres habitáculos. En el primero, al que se accedía por la trampilla de entrada, había un bidón de plástico donde los terroristas depositaban sus armas, dinero y material explosivo. En el segundo habían preparado un altavoz, un dispositivo para dar luz al secuestrado y un sistema para remover el aire. Cuando el primer guardia civil accedió al tercero, el espacio donde Ortega Lara había pasado 532 días enterrado en vida, quedó sobrecogido. Se trataba de un agujero de 1.80 metros de anchura, 2´8 de longitud y 2 metros de altura.

Abrimos una pequeña puerta y ya lo que me encuentro es a Ortega Lara y lo que hace es encogerse en posición fetal en lo que es el camastro y se asusta, se asusta muchísimo. Lo primero que me dice es mátame, mátame, ya saben que no tengo miedo (…) Cuando le convenzo de que no somos terroristas sino guardias civiles y que veníamos a liberarlo y de que va a salir, y está a punto de hacerlo se arrepiente, porque él seguía pensando que éramos terroristas.

La liberación del funcionario de prisiones desató todas las emociones posibles entre aquellos hombres acostumbrados enfrentarse a las situaciones más duras en la lucha contra el terrorismo. El oficial al mando, Sánchez Corbí, recuerda lo que significó aquel momento tan especial para ellos.

Lo sacamos con sumo cuidado, nos sorprendieron su delgadez y su fragilidad (…) Regresé a Intxaurrondo siendo consciente poco a poco del enorme valor de la operación que la Guardia Civil acababa de realizar; no solo se había salvado una vida: estratégicamente era una de las grandes victorias del Estado contra ETA.

Como más tarde se supo, el funcionario de prisiones fue sometido a unas condiciones infrahumanas. El zulo en el permaneció encerrado el funcionario de prisiones estaba situado al lado de un río que pasaba cerca de la nave industrial y por ello sufrió una intensa humedad. Durante el tiempo que pasó enterrado en vida, Ortega Lara fue alimentado con verduras y fruta por lo que perdió 23 kilos de peso, gran parte de su masa muscular y densidad ósea. En el momento de ser liberado se encontraba al límite de su resistencia física y psicológica. Había intentado cortase las venas y al no lograrlo tenía decidido ahorcarse con una cuerda confeccionada a partir de varias bolsas de plástico. El funcionario de prisiones llegó incluso a fijar una fecha concreta para quitarse la vida. Por suerte, la liberación de aquella tortura impidió que llevase a cabo sus plantes. Los efectos de un cautiverio tan largo y en unas condiciones tan extremas dejan unas profundas secuelas en quienes lo padecen hasta el punto de lograr que la víctima acabe asumiendo en parte la responsabilidad por el dolor que su situación causa a sus seres más queridos. A si lo puso de manifiesto Ortega Lara cuando después de varios años rompió su silencio y ofreció una entrevista sobre su secuestro. “Acabas sintiéndote culpable de todo lo que te está pasando, de que tus compañeros se sientan maniatados, no porque vayan a hacer nada, sino porque se sientas extorsionados por tu culpa; tu familia lo mismo, te sientes culpable de la desgracia de tu familia”.

Al día siguiente Egin publicó la noticia de la liberación del funcionario de prisiones y la tituló con una frase que quedará para la historia. “Ortega Lara vuelve a la cárcel”. Fue la venganza del aparato mediático de la banda, enrabietado por aquella operacón de rescate. La suya, la de ETA, sería mucho más siniestra y estaba a punto de ejecutarse."

JOSÉ ANTONIO PÉREZ PÉREZ - FACEBOOK