Termópilo en el Liceo

19 - 06 - 2021 / ARCADI ESPADA - EL MUNDO

Termópilo en el Liceo

(Tolerancia) Mañana, en el Liceo, el presidente del Gobierno presentará su programa de indultos y ha invitado a 300 miembros de la sociedad civil a que lo escuchen y avalen. No es la primera vez, ni será la última, que las autoridades del Estado piden verse con el animalito cuando están en Cataluña. Mañana lo hará el presidente, como tantas otras veces lo han hecho el Rey y su padre. De lo que es, realmente, la sociedad civil se sabe poco. Se sabe que forman parte de ella vividores, tipo Sánchez Llibre o Javier Faus, o que solo acoge a nacionalistas o que los socialistas catalanes tomaron el nombre para crear su marca blanca, ésa que por afortunada casualidad se topó en la calle con una manifestación crucial, el 8 de octubre de 2017.

Como en tantos otros ejemplos también en éste se sabe lo que son las cosas por lo que no son. De la sociedad civil catalana no forma parte, desde luego, la Asociación por la Tolerancia. El año próximo la Asociación cumplirá 30. Resulta inabordable, incluso para mí, imaginar la cantidad de eventos a los que ha sido convocada la sociedad civil en esas tres décadas. Y lo que se sabe con seguridad es que la Asociación jamás ha sido convocada. Por supuesto se trata de una minoría, como es norma en Cataluña con la gente decente. Pero el concepto sociedad civil, rectamente entendido, es alérgico al propósito de las mayorías y las minorías. Es un concepto capilar, y una de las redes de la vida civil catalana pasa por lo que la Tolerancia exhibe y defiende.

La Asociación jamás ha existido para las autoridades españolas. De las catalanas no cabe hablar, porque el concepto de autoridad se ha debilitado allí hasta la extinción. En realidad, solo existe para la guerrilla. Este año, por ejemplo, ha sido nominada para los célebres premios Traidor del Año, que otorga Arran, un colectivo nacionalista puramente burroko y como tal perteneciente a la sociedad civil catalana. Aunque mi querida Ana Nuño me pide que no solo atienda a la obvia característica asnal del movimiento, sino a su flexión verbal cántabra. Arranarse, en efecto, es caer abriéndose de piernas, que es lo que la muchachada hace antes de que los fertilicen briosamente la subvención y el agasajo del dinero nacionalista, ahora en manos del antiguo empleado de la Caixa Jaume Giró.

Pero parte de la culpa de que no la inviten a los salones está en la Tolerancia misma, desde luego. Y arranca del propio nombre que eligieron. Ha escrito tan bien Ferlosio sobre este asunto... Lo mejor está en estas dos líneas: «¡Qué peste de tolerancia, que se te acerca suavemente con sus zapatillas cargadas de razón!». Aunque no debo dejar de ampliarlas pedagógicamente: «La tolerancia es un pacto perverso en el que cada parte renuncia a la pasión pública de sus razones y las convierte en estólidas e impenetrables convicciones, o sea, en verdades encerradas en un gueto, a cambio de una paz que no es concordia sino claudicante empecinamiento y ensimismada cerrazón». Y el pacto fue aún más perverso porque solo incumbió a una parte, que es, en efecto, la que quedó encerrada en el gueto.

Hace dos años me convocaron de jurado al premio que la Asociación da a los tolerantes y que insólitamente me dieron a mí en 2005. Cuando me tocó proponer mi candidato dije: «El Rey de España». La razón principal para premiarle era su discurso del 3 de octubre, naturalmente. Pero no la única. Mi intención era que el Rey tuviera un encuentro con la sociedad civil negada, a partir de la aplicación del principio mahometano. Es verdad que si iba a recoger su premio se exponía al terrible menú que sin cambios apreciables se sirve año tras año en la cena. Pero, en fin, tampoco es peor que el que sirven en el Círculo del Liceo o en el Club de Polo, que tal vez sean los lugares de la ciudad donde peor se come, y a los que el Rey ha ido múltiples veces a intoxicarse de cóctel de gambas y sociedad civil. Otra consecuencia interesante de darle el premio habría sido que no fuera a recogerlo. Es decir, que su Casa se plegara a la inconveniencia política arguyendo que el Rey tampoco viaja cuando lo nombran Oliva del Año en Calaceite. Es decir y digo: quería ponerlo en un compromiso. Pero mis amigos no se atrevieron. De pronto se vieron pequeños. Como siempre que se me contraría, me irrité visiblemente y pensé que tenían muy merecido el ostracismo.

Y ahí siguen, sin levantar cabeza. Baste decir que su presidente, Eduardo López-Dóriga, acaba de confirmarme lo inexorable, no por esperado menos doloroso: Sánchez no los ha invitado el lunes al Liceo. La pre-clara Calvo anunció hace una semana de qué fuste iba a estar hecha la audiencia: «Determinación y amplitud de miras, aunque suponga un paso de las Termópilas». Ya estaba anunciando el alistamiento de los 300 espartanos y al frente Sánchez Llibre ofreciendo su podrido riñón a la primera flecha.

(Malcolm) La persona con la que más he hablado en el mundo sin que ella tuviera noticia es Janet Malcolm. Su muerte no me impedirá seguir haciéndolo, aunque ella no podrá ya renovar los argumentos de la conversación. El primero que mencionó en España a Malcolm fue el fundador de este diario, Pedro J. Ramírez, y conviene que se recuerde. Luego, el que más la ha nombrado he sido yo, con fenomenales enredos a propósito del caso McGinnis. Siempre me pareció bien que el periodista Joe McGinnis se ganara la confianza de su asesino -diciéndole que creía en su inocencia- para demostrar que lo era, así como moralmente melodramáticas me parecieron las objeciones que Malcolm enumera en su libro clave El periodista y el asesino. Otra cosa distinta es que el asesino, Jeffrey MacDonald, que aún cumple condena, sea inocente, como cree Errol Morris. (Hay una reciente vuelta de tuerca al asunto en la serie A Wilderness of Error, de Marc Smerling, que me gustaría ver pronto en Filmin).

Las huellas de mi conversación con Malcolm me agobian. Casi nunca me daba la razón. Pero su importancia en el periodismo, y en mi trabajo concreto, es profunda. Ella fue la primera persona que tomó nota de que ya no era posible contar la verdad en los periódicos y en los libros sin que el autor expusiera ante el lector los caminos que le habían llevado a la verdad, y se interrogara sobre ellos. Esta meditación sobre sus mecanismos epistemológicos y narrativos se la había planteado la novela mucho antes y -más que cualquier barata aportación estilística y ya no digamos trileramente moral- es su crucial aportación al periodismo. Malcolm hizo de la meditación ética y técnica el eje de su trabajo, y es un trabajo inolvidable. Como no hay alimento con garantías que no lleve su trazabilidad, tampoco hay periodismo digno de tal nombre que no la incluya. El resto es periodismo de buzoneo. Y toda su trazabilidad, criminalmente villareja.

(El diputado M-) Adhiriéndose a la práctica automática de las presidentas parlamentarias, inaugurada por Meritxell Batet, la señora Eugenia Carballedo, que dirige la Asamblea de Madrid, invitó el viernes a la diputada Rocío Monasterio a que dejara de llamar por su nombre al diputado Mbayé.

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