Tertulias de la Tolerancia
Crónica de la presentación
del libro de Eduardo Goligorsky,
"Por amor a Cataluña. Con el nacionalismo en la picota."
El viernes, veintiuno de junio, la Asociación presentó el libro de Eduardo
Goligorsky "Por amor a Cataluña. Con el nacionalismo en la picota" . El autor, cuya apariencia
bonachona de Papá Noel sólo se ve matizada por el baile intermitente, en unos ojos claros y penetrantes,
de los destellos de una cierta sonrisa burlona y de una profunda agudeza crítica, respondió plenamente
a las expectativas de los asistentes.
Marita Rodríguez, le introdujo definiéndole como un enemigo de los estereotipos,
inconformista, heterodoxo y librepensador. Se refirió a sus orígenes familiares, judíos moldavos
y ucranianos, para luego enumerar la larga lista de sucesivas exclusiones sufridas a lo largo de su vida por defender
los ideales que encarna -según repitió varias veces a lo largo de la noche- la cultura occidental:
la ilustración, la fe en la racionalidad, el individualismo, la libertad, la democracia política,
los derechos humanos, el imperio de la ley,... Fue calificado de renegado antisemita, por definir como «patrañas
supersticiosas» las nociones de «pueblo elegido» y «tierra prometida», con motivo
de la fundación del Estado de Israel. Con el apelativo de «vendepatrias» y «cipayo»,
se le premió su temprana militancia en partidos antiperonistas, y no es difícil imaginar qué
fue lo que obtuvo a cambio de su crítica radical a la postura argentina en la «guerra de las Malvinas».
El premio definitivo a su lucha empecinada por la independencia de criterio fue un largo exilio «semivoluntario»
en Cataluña, donde parece que vuelve a repetirse la historia: ya ha sido defenestrado de su puesto de colaborador
habitual de La Vanguardia.
En la introducción a su alocución, Eduardo Goligosky afirmó que
no se sentía optimista, pero que creía que la realidad no está a favor de los dogmatismos
y que, aunque a todos los grupos de voluntarios siempre les sobreviene un cierto complejo de aislamiento y de ghetto,
la verdadera marginación se daba en grupos como Omnium Cultural y otros, cuyas tesis -opinó- no son
compartidas por la gente, lo que constituye el auténtico aislamiento.
A continuación, abordó el tema del tratamiento de la inmigración
por el nacionalismo. Comenzó por señalar que la aplicación del término «inmigrante»
a los andaluces y extremeños era una forma de violencia, una verdadera agresión del nacionalismo
independentista. ¿Son inmigrantes Josep Ma. Flotats o Àngels Barceló en Madrid? -se preguntó.
Luego recorrió, a través de algunas citas de su propio libro, el tratamiento de la inmigración
que el pensamiento nacionalista concibe como adecuado y que podría entenderse muy bien desde la suposición
de que «la integración de los inmigrantes debe hacerse desde el catalanismo o se hará contra
el catalanismo». Según el parecer de Goligosrky, al poner el énfasis sobre el adoctrinamiento
político de carácter nacionalista, se olvida aquello sobre lo que sería más necesario
educar a los recién llegados, la tradición de libertad y consenso que conduce desde la Ilustración
y la Revolución Francesa hasta la Constitución del 78.
Aprovechó el pie que le daba la «catalanización», para describir
el concepto de «catalanidad» que exhibe el nacionalismo. Citó a Pujol, a quien no le basta
que seis millones de personas hablen y escriban en catalán, sino que deben amar el país para «dotarlo
de alma», para lo cual es preciso que conozcan las tradiciones, desde els castellers y la sardana, hasta
el Barça (!). Recorrió luego el costado nacional-católico en versión autonómica,
a través de las ideas del monje de Montserrat Hilari Raguer: «no pretendemos una iglesia catalana
independiente de Dios o de la Santa Sede, pero no la queremos dependiente del gobierno español, de la COPE
o de algún cura lerrouxista». El nacionalismo siempre tiende a sacralizar los símbolos propios,
razón por la cual se aviene tan bien con la religión. Nuestro autor redondeó esta convicción
citando al que fue mano derecha de Pujol, Josep Miró i Ardèvol, que arremetía contra la coalición
de Estados Unidos, la globalización, los sindicatos y todo bicho viviente, como una especie de «Imperio
del mal» que amenaza constantemente a nuestros Símbolos, es decir, a nuestra supervivencia.
Concluyó citando las palabras del último párrafo del libro: «Me
conformaría con que el lector olvide todo lo que en estas páginas haya podido halagar o herir su
sensibilidad, y piense, en cambio, en lo que desea para sus hijos: si una sociedad endógama, prisionera
de las tradiciones y el oscurantismo, incomunicada con su familia lingüística y cultural, carcomida
por rencores y vendettas tribales, o una sociedad como la europea, o mejor dicho como la occidental, abierta, plural,
donde países que ayer nomás libraron guerras feroces hoy construyen juntos un futuro de convivencia,
progreso y prosperidad».
Tras estas palabras y una cerrada ovación, se dio paso al coloquio. Los asistentes
se interesaron en primer lugar por los argumentos que le llevaron a condenar la posición argentina en el
espinoso asunto de las Malvinas, acerca de cuya cuestión hubo un cruce de preguntas, afirmaciones y correcciones
históricas. Sobre el particular, dijo Goligorsky que todo argumento reivindicativo perdía su valor
ante el hecho incontrovertible de que los habitantes de ese territorio eran y son, en su integridad, ingleses y
desean seguir siéndolo. Puso también de manifiesto el temor y la decepción acerca de la condición
humana que le produjo ver el estallido de nacionalismo popular que siguió a la declaración de guerra,
cuando dos días antes esas mismas gentes habían llenado las calles en una manifestación sindicalista.
Ante la pregunta de si se puede ser apátrida voluntario, contestó que le
parecía que no o que, en todo caso, parecía una opción frívola. Afirmó que había
que matizar la cuestión del patriotismo, pues en la Segunda Guerra mundial, por ejemplo, fue el motor que
logró detener el avance amenazador del nazismo. Y, aunque comienza su libro con una cita de James Boswell:
«El patriotismo es el último refugio del bribón», dijo creer que la influencia negativa
de esa concepción peligrosa de las patrias se puede combatir construyendo la propia identidad a la manera
de un mosaico. La vacuna contra los nacionalismos, a su parecer, consiste en convivir con ellos y ver los frutos
que engendran, como por ejemplo, Croacia o Bosnia.
A propósito de si Argentina fue alguna vez un país, contestó afirmativamente, para destacar
que su mal principal fue el peronismo, cáncer de cuya metástasis surgieron todos los grupúsculos
que configuran el panorama político actual. En relación con la identidad expuso la idea de que se
trata de un «grueso de sedimentos» que se van superponiendo con el tiempo. Sin embargo, al enfrentar
o comparar las culturas, se mostró partidario de defender los valores que configuran nuestra tradición
y a los que se había referido varias veces en el curso de la sesión, y también se manifestó
a favor de tratar de extenderlos a las demás culturas, siempre desde el respeto y sin violencia.
Otros intervinientes insistieron en subrayar y definir la parte «sana» o
«positiva» del patriotismo. Hubo un nuevo cruce de pareces en torno a ello. Se pusieron de relieve
las dificultades del nacionalismo español para integrar plenamente a Galicia, El País Vasco o Cataluña
y se preguntó como podría definirse un concepto de ciudadanía que ya debería ser europeo.
A todo ello repuso Goligorsky que las dificultades de integración de las nacionalidades provenían
del choque en el interior del propio ser humano entre lo tribal y lo universal. Se remitió a las palabras
de Carl Sagan para definirlo como el enfrentamiento entre el «cerebro reptiliano» y el cerebro evolucionado.
Ante el reproche de fatalismo que suscitó esta metáfora, replicó que no se trataba de algo
invencible, como lo prueba el progreso y la civilización, sino de poner en evidencia la existencia de un
«ventanuco» por donde puede colarse la irracionalidad. Por último, ante un rebrote en la audiencia
de la preocupación por el patriotismo, propuso sustituir el tradicional concepto de patria por otro basado
más en valores que en territorios.
Luego hubo que contener a varios asistentes que apenas podían reprimir sus ganas
de exponer sus puntos de vista, pero tras algunos forcejeos, se consiguió reducirlos y pasar al refrigerio
que tuvo casi tanto éxito como la sensatez y el pensamiento agudo, crítico y bien documentado de
nuestro invitado que fue despedido con evidentes muestras de afecto y de admiración.
Susana Linde