El Mito de Babel: la religión en el vínculo lengua-Nación

01 - 07 - 2003 / Redacción Tolerancia

Revista "Tolerancia" nº 18 , 2º semestre 2003 

Tertulias de la tolerancia 

El Mito de Babel: la religión en el vínculo lengua-Nación 

 

La Asociación por la Tolerancia celebró la publicación del nuevo libro de Juan Ramón Lodares, "Lengua y patria" (Taurus. Madrid, 2002), invitando a su autor a presentarlo en Barcelona, en el Centro cívico "Convento de San Agustín". El interés que despierta este filólogo, experto en historia del español, justifica el lleno de la generosa sala.

Después de que la presidenta de la AT, Marita Rodríguez, resumiera la obra de este ilustre profesor de la Autónoma de Madrid, oficiaron de padrinos los también ilustres Miquel Porta Perales y Jesús Royo Arpón (miembro de la AT). Ambos destacaron la importante documentación en la que fundamenta Lodares sus tesis. Porta Perales dijo que el libro molestaría tanto a los nacionalistas como su anterior Paraíso Políglota, precisamente porque no hay discurso sentimental, basado en la ficción, que resista el que procede del estudio de datos contrastables, basado en el análisis y la razón. Royo se mostró especialmente interesado en lo que el libro explora bien: la importancia de la religión en la forja del vínculo nación-lengua.

El autor mencionó, como origen de este libro, su curiosidad por la fuerza que cobra en España la vinculación lengua-nación aplicada, según época y momento, a casi todas las lenguas que se hablan: al español (posguerra, el caso más propagandístico y evidente), catalán, gallego o eusquera. Lo definió como fundamentalmente de historia lingüística, aunque con derivaciones sociológicas o políticas.

La idea fuerza a lo largo de su exposición fue que el nacionalismo lingüístico es muy anterior al político ( S. XVIII- XIX) y que su origen no es civil, sino religioso. Recordó que en la tradición cristiana no hay lengua sagrada, sino palabra sagrada, que el clero transmite en la lengua particular de cada comunidad...

Según Lodares, esto arranca del mito babélico. Presentó Babel no como la confusión de lenguas sino como la creación de naciones puras, unánimes, caracterizadas por la lengua que hablan; la lengua es sinónimo de índice de pureza racial. Ilustró el poder de este mito que recorre la cultura europea con algunos ejemplos. 1) Pujol: «Cataluña es una nación pero España no». Late aquí este nacionalismo de canon bíblico: lengua-raza-nación; Cataluña tiene una lengua (= una raza=una nación) pero España tiene varias (= no hay nación posible). 2) La España imperial. Dijo que el primer gran proyecto católico de los Reyes Católicos fue llevar a la fe a muchos pueblos a través de la predicación en vernáculo. «Es craso error considerar que los españoles difundimos la lengua; lo que difundimos fue la religión católica (Una) a través de muchas lenguas. Esa era la razón de la PAX HISPÁNICA. De ahí que el tradicionalismo, el carlismo e incluso José Antonio hayan considerado que la España gloriosa y genuina era la España UNA en religión pero variada en sus pueblos, y plurilingüe al estilo de Suiza, Bélgica, poco o nada contaminada por la difusión del español común.» 

Ese criterio -dijo, contestando a una pregunta que le hicieron una vez finalizada su exposición- dura unos tres siglos, llega hasta finales del XVlll, y concluye, con la Ilustración, el cambio de régimen político, la revolución industrial, la movilidad humana, la emergente clase obrera, el comercio, etc. Entonces, aparecen dos vías (no totalmente opuestas): la tradicionalista-regionalista defensora del régimen foralista y de la lengua patria; o sea, de las lenguas particulares, frente a la liberal-obrerista defensora de la comunidad lingüística del español (los constitucionalistas de 1812 y los marxistas de finales del XIX), que duran hasta 1940.

Para los primeros, la movilidad de la gente suele ser una amenaza y las lenguas particulares pueden obrar como barrera. En el caso vasco -citó- que el eusquera representa una barrera para evitar las ideas impías que corren en español y francés (comentó que durante el siglo XVIII-XIX, de los ciento tres libros que se publicaron en vasco noventa y cuatro eran de literatura católica); que en el caso catalán, la lengua es la «defensa» (y la competencia en la clase media-baja) frente a los castellanohablantes; y que en el caso gallego, se difunde la idea de que el roce con el español puede destrozar al gallego genuino. Insistió en que se trata, pues de un sentimiento religioso de raíz cristiano-católica, pero con derivaciones económicas-sociales: protección frente al exterior, reclamación de territorialidad, prioridad frente al acceso a los bienes sociales de los naturales de la región, etc. etc.

Recordó que esa izquierda, hoy nacionalista-lingüística que ha hecho una bandera de las lenguas nacionales frente a la penetración del español y se ha unido al argumento de imposiciones y enemigos exteriores, etc. no era así antes de 1940.

De 1940 en adelante, trató de explicar el cambio de estimación: cómo la España Una (católica) pero Varia se trasforma en España Una toda. Lo atribuyó a: la nacionalización católica de España con unicidad de grandes símbolos: Cristo Rey, Caudillo, Ejército, Lengua; a la implantación de Estado totalitario (al estilo fascista); y a la aceptación de las clases dirigentes catalanas-vascas-gallegas de tales símbolos, sin olvidar que el español era lengua de cultura...

A principio de los 60 -señaló- que aparecen los primeros síntomas de cambio con la relectura por parte de la Falange de los «clásicos» (Menéndez Pelayo, José Antonio), respecto a nuestra variedad lingüística. La idea de las «lenguas patrias» la ligó a la recuperación de la democracia frente a la represión franquista, si bien -dijo- se trata de una herencia muy anterior que el franquismo traicionó durante veinte años (40-60) claramente, poniéndose -por paradojas de la historia- al lado de los típicos criterios del movimiento obrero respecto a los procesos de «internacionalismo» lingüístico (Engels, Kautski, algunas corrientes anarquistas ... ) o del liberalismo (Stuart Mill-Unamuno). Para él, la recuperación de lenguas a partir de los sesenta representa, más que oposición al franquismo, preparación frente a la emigración, especialmente, en Cataluña y en el País Vasco.

Así llegamos a la situación actual de aceptación de España como país plurilingüe, pero -según él- España es un país de comunidad lingüística (donde se hablan otras lenguas); no un país plurilingüe al estilo de Canadá, Suiza o Bélgica donde no hay lengua común. Dejó clara la diferencia entre plurilingüismo y comunalismo: «España, Francia, Gran Bretaña, Alemania... son países comunalistas en español, francés, inglés y alemán, pero sumadas todas las lenguas que se hablan en ellos salen no menos de treinta y cinco idiomas en la cuenta.» 

Lamentó que esta circunstancia comunitaria se desconociera... o se enmascarara como propia de una imposición, de un error en el curso de la historia, de una malévola conspiración de enemigos exteriores, etc., etc. Se abre así -añadió- el camino para un designio político de «transformar la sociedad» hacia el plurilingüismo genuino (si se pudiera), a través de magnos proyectos de ingeniería social que llamamos «normalizaciones» cuya virtud consiste en considerar anormal lo que no lo es.

«Sí bien el nacionalismo se ha trasformado en un freno para la circulación de la diversidad, al pretender evitar la mezcla entre las personas y homogeneizarlas en unidades unánimes, tiene un indudable atractivo: nos procura un campo de actuación propio, particular, familiar y conocido, libre de exigencias y de competencias. Sin embargo, es una felicidad engañosa. Hace cuatro siglos, el Licenciado Poza, inventó una nación vasca que, surgida de la confusión de Babel, llegó a España, pura y hablando eusquera. con esta invención, lo que intentaba Poza era desbancar de los oficios de pluma (notarios, administradores...) a los judíos conversos, quienes prácticamente monopolizaban esos trabajos: los vascos, como nación genuina y primigenia de España estaban más legitimados para el gobierno de la patria que los judíos advenedizos. Efectivamente, el asalto de los secretarios vascos a esos oficios fue notable en los siglos XVI y XVII, y con él un antisemitismo, una preocupación por la limpieza de sangre y por la pureza racial que ha sobrevivido a Poza. Este suele ser un fenómeno que se repite, pues la exaltación de lo propio, la sacralización, con intereses materiales o sin ellos, de los valores particulares y la exaltación de todo lo que nos diferencia, malamente puede mantenerse sin desprecio hacia lo ajeno y sin violencia, soterrada o patente.» 

Concluyó, no sin antes contestar a la lluvia de preguntas del público -algunas dirigidas a Jesús y Miquel, que también satisficieron a la audiencia con sus respuestas- con las palabras de Konrad Lorenz (La otra cara del espejo): «Los factores que mantienen unidos a los grupos culturales minoritarios y los aíslan de los demás, conducen en definitiva a la discordia sangrienta. Los propios mecanismos del comportamiento cultural, que a primera vista parecen tan productivos, como el orgullo de la tradición y el desprecio de las demás pueden ser motivo del odio colectivo en sus formas más peligrosas: desde la hostilidad que se manifiesta en pequeñas grescas se dan todas las transiciones hasta el odio nacionalista enconado, que desencadena todas las violencias de la agresión colectiva y anula las trabas para matar».