En el 27 aniversario del asesinato de FERNANDO MÚGICA HERZOG

04 - 02 - 2023 / RUBÉN MÚGICA

A mi padre, Fernando Múgica Herzog

Shalom, Fernando.

Tu viuda y tus hijos reclamamos atención unos minutos, una vez al año. La frialdad del lugar se agudiza por sí sola, pues aquí no hay metáforas, sino cadáveres agujereados por el plomo de los predicadores de identidades. Eso fue ETA: basura. Ninguna mente preclara la dirigía, ni a sus integrantes guiaban elevados ideales. Sólo aldeanos embrutecidos, borrachos de sí mismos. Lo siguen siendo: no hay más que ver la chulería que exhiben cuando los suyos los reciben al salir de prisión.

Nos detenemos siempre ante la tumba de Gregorio Ordóñez, a cien metros de aquí. Es la forma en que mi familia observa la política. A los sectarios que creen que la política exige fe ciega en las siglas de los partidos, sepan que Fernando y Gregorio, tan distantes en siglas e ideologías, se respetaron mutuamente. También recordamos a Enrique Casas, a Ángel Mota, a Francisco Javier Gómez Elósegui y a tantos asesinados, enterrados aquí.

Fernando: el lunes se cumplirán veintisiete años de tu asesinato. La célula terrorista se emboscó en un portal. Al otro lado de la calle, otra etarra te señaló a tu paso. Salieron del portal. Te dispararon en la nuca. En su huida encañonaron a tu hijo mayor. «Tú serás el próximo», le dijeron. Ya estabas muerto. Todo en un instante.

A la semana hicieron pintadas en la casa familiar, escupieron a tu viuda en la calle y a tus tres hijos nos pusieron escolta policial; nos dijeron que sería por unos días, pero fueron dieciséis años.

Entonces, el Partido Socialista se volcó con nosotros. Entonces, digo. No es lo mismo volcarse que volcar. Esto último -volcar- queda reservado para los conscientes desmemoriados que tejen alianzas estables con los herederos de los criminales. Entre alianza y alianza se han dejado el pudor. No basta con proclamar que se es centenario. Cuando te entregas al nacionalismo, catalán o vasco, estos logran su objetivo: los territorios provocan españoles de primera y de segunda. Adiós al sagrado principio de igualdad, vértice de nuestra democracia. Esa es su responsabilidad, que no se diluye llamando «fascistas» a los demás, como acostumbran.

Nadie tendrá que interpretar estas palabras ni deducir a quién me refiero. Es al presidente del gobierno, Pedro Sánchez, y a su corte de aduladores, nada refinados. Antes de que algún tertuliano a sueldo me llame «facha», se lo digo: mis cuatro abuelos fueron republicanos; si a ellos les falta alguno, se lo presto. La parte española de mi familia fue perseguida por Franco. La parte judía de mi familia fue exterminada en las cámaras de gas de Auschwitz. Y a mi padre le pegaron un tiro, unos fanfarrones compendio del mal: totalitarios, violentos y racistas.

Luego vinieron los del cuento: los pomposos que dicen que las víctimas del terrorismo debemos «pasar página». Hablo por mi familia: que no cuenten con nosotros. Pasar página, como engañosamente proponen, no te lleva a ninguna otra, sino al éxodo personal: te desprendes del pasado, y resulta que no tienes nada por delante. Hay precedentes: pasas página y al día siguiente te encuentran tomando el aperitivo con un tal Arnaldo. Pasas página y acabas diciendo y oyendo naderías: démonos la mano, todos tenemos algo de culpa, no debe repetirse, lamentamos el daño causado... Y bla-bla-blá. Para cuando te has dado cuenta, la ronda la pagas tú.

Cementerio de San Sebastián, la ciudad de España más castigada por ETA. Traigo la memoria del amigo, va para tres años sin él: José María Calleja. Su descripción no admite réplica: «San Sebastián es una inmensa tarta, llena de sangre». Oleadas de turistas visitan la ciudad. Entre foto y foto se topan con placas en las aceras: un nombre, dos apellidos y una fecha. Parece que aquí se cargaron a alguien. ¿A alguien en concreto? Noventa y cuatro asesinados por ETA en San Sebastián.

La memoria de José Mari Calleja: la dignidad dos peldaños por encima del miedo. Solía él decir de los jerarcas del nacionalismo vasco: «Para vivir oprimidos, tienen un aspecto estupendo».

Con uno de esos jerarcas me encontré en los años de plomo. «Rubén -me dijo-, no hay mejor protección que la autoprotección, y no hay mejor autoprotección que tener el pico cerrado». Tal cual. Al modo de Franco: «No te metas en política». No le respondí entonces a aquel dirigente nacionalista. Lo hago ahora: la mejor autoprotección no pasaba ni pasa por tragar ni callar, sino por denunciar. Denunciar públicamente a los asesinos y al régimen nacionalista que los cobijó, y que aún hoy procura la ventaja de los criminales, gracias a la transferencia de prisiones, entregada a cambio de votos, seis en concreto. Denunciar públicamente la insolidaridad de quienes callaban y desviaban su mirada mientras sonaban disparos y explosiones, y que aún hoy, temerosos, miden sus palabras cuando se habla del crimen organizado. Denunciar públicamente a aquellos medios de comunicación, también los públicos, que, pensando que la tranquilidad se podía comprar, entregaron columnas a maliciosos equidistantes, que lloriqueaban mientras daban pésames, pero justo después decían haber encontrado el motivo de cada crimen: ese espantajo llamado «conflicto», o el burladero del «algo habrá hecho».

Tal era y es la mejor autoprotección: la denuncia pública. Vacuna frente a una paz que, de tanto manoseo tramposo, nació vacía y sin porvenir; pues en Euskadi nunca ha habido una guerra, y sí una persecución totalitaria tramada contra ciudadanos indefensos.

Muchas gracias. 


RUBÉN MÚGICA. San Sebastián, 4 de febrero de 2023

Socialistas solos en los cementerios

Hoy, el PSOE estará negociando con Bildu y ERC la ley de bienestar animal y la del solo sí es sí, mientras sus dirigentes no aparecieron en la conmemoración de los asesinatos de Fernando Múgica (1993) y Joseba Pagaza (2003)

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2023-02-09