Parlamento del Presidente Carlos Basté
Buenas tardes.
En primer lugar, quiero darles a todos la bienvenida a la ceremonia de la accidentada entrega del XXIX Premio a la Tolerancia, que este año ha recaído en el colectivo de Policías Nacionales y Guardias Civiles que defendieron y defienden el orden constitucional durante el “procés” en Cataluña.
Particularmente, quiero agradecer su presencia a los miembros de los partidos políticos que nos acompañan esta tarde, tanto de VOX, como de Ciudadanos y del Partido Popular. También me gustaría dar una calurosa bienvenida a los miembros de JUPOL y JUCIL que nos acompañan, a policías y guardias civiles que han decidido participar en este acto a título personal y a la exfiscal jefe de la Fiscalía provincial de Barcelona. Permítanme, eso sí, mencionar en especial a Álvaro González Burón y a su esposa, que lo acompaña. Álvaro pertenecía a la UIP durante los terribles disturbios que tuvieron lugar en Barcelona en 2017 y, debido a sus heridas, que todavía padece, se vio forzado a jubilarse. Muchas gracias por haberte desplazado hasta aquí para estar hoy con nosotros.
La decisión del Jurado de esta edición del premio, algunos de cuyos miembros nos acompañan hoy también - ¡muchas gracias! -, no es baladí. Las constituciones nacen siempre frente a intolerantes, totalitarios o absolutistas. Nuestra Constitución del 1978 también. Son fruto de un pacto político y social entre partes, con suerte sólo civilmente enfrentadas, para encontrar un equilibrio de satisfacciones – o de insatisfacciones, si se prefiere ver así – que regule su convivencia.
El voto es una condición necesaria para que exista democracia, pero votar no es automáticamente democrático. En Corea del Norte se vota cada 5 años a los miembros de la Asamblea Suprema del Pueblo. Para que una votación sea democrática debe cumplir con la ley y con los procedimientos que la acompañan. El Estado de derecho se resume en el principio del "gobierno de las leyes, no de los hombres". Por lo tanto, el elemento básico del Estado de derecho es la primacía de la ley y su correspondiente organización institucional. No hace falta ser un lince en Derecho para darse cuenta de que el referéndum organizado en la clandestinidad por las autoridades de Cataluña no fue la acción de un gobierno de derecho y mucho menos la posterior declaración unilateral de independencia. ¿Qué nuevo Estado nos esperaba si nació, precisamente, contra los principios fundamentales de cualquier Estado de derecho?
Aquellos días de octubre y los que les han seguido nos provocan una profunda inquietud. En Cataluña, por suerte, no votamos a un partido único, como en Corea del Norte, pero el Govern tratan de imponernos la ideología única, el nacionalismo, al que incluso se ha unido algún partido aparentemente constitucionalista. En Cataluña, el Gobierno nacionalista ignora la legalidad con DUIs o con sentencias como la del 25 % de enseñanza mínima en castellano. En Cataluña, el Govern trata abiertamente de apartar al Tribunal Supremo y de eliminar nuestro derecho como españoles de acudir a su amparo. En Cataluña, el Govern quiere derogar la Constitución por la puerta de atrás, a través de normas, leyes frentistas e incumplimientos.
En la Cataluña de entonces y de hoy, los constitucionalistas vemos cómo la administración incumple la ley, socaba la independencia judicial y pervierte la jerarquía normativa en cuya cúspide se sitúa la Constitución. En Cataluña, el Estado de derecho es menguante.
Ante ese tsumani reaccionario que nos amenaza desde hace tiempo, mezcla de la conveniente ignorancia de algunos, de la activa complicidad de otros, del rampante fanatismo de demasiados y de una clase política nacionalista que aspiraba y aspira al totalitarismo ideológico, se colocaron entonces y se colocan ahora la Policía Nacional y la Guardia Civil, como dique de contención que evita que la oleada se lleve por delante a más de la mitad de la población catalana. Su arma es la Constitución y las leyes que derivan de ella. No necesitan más… Ni menos. Con su acción todos estos años, que les ha supuesto un desgaste personal y familiar, en algunos casos, terrible – según ellos mismos nos han contado -, nos han dado seguridad, consuelo y esperanza, se han convertido en la sufrida punta de lanza del Estado de derecho en Cataluña, por lo que merecen ser reconocidos.
Desafortunadamente, a estos hombres buenos, como tantas veces en nuestra Historia, les ha faltado, ¡Oh Dios!, un buen señor, según el viejo lamento del Cantar del Mío Cid. El silencio de quienes dirigen ambos cuerpos, que cada uno de ustedes puede adjetivar como prefiera, ha provocado que ningún policía nacional y guardia civil se levante hoy a recibir de nuestras manos este merecido premio en forma de placa conmemorativa, pero eso no evitará que los premiemos con nuestro más sentido agradecimiento, con nuestro más profundo cariño y con un estruendoso aplauso.
Gracias,