Todos contra uno (primer trabajo concursante seleccionado, 2019)

23 - 02 - 2019 / Redacción Tolerancia

Todos contra uno

  (Mimi, seudónimo)

Llevo toda la noche en vela, intentando alcanzar el sueño que me alejaría de todos mis pensamientos pesimistas y me aliviaría del dolor de mi interior. Casi son la seis y aún no he podido alcanzarlo, debido al sonido que hace la máquina que está cerca de mí, para indicar si sigo en vida o ya me he ido al cielo.

Al fin siento el ruido de la puerta. Entra la enfermera para hacerme el análisis de cada mañana. Más tarde me traen el desayuno. Hace tanto tiempo que no puedo disfrutar de un café espumoso y caliente que de paso a un día maravilloso. Hoy es un día corriente, la misma rutina que ayer, que anteayer y que hace semanas. Esa rutina que debería cambiar para bien, pero que aún...

De repente, entra el doctor que me ha supervisado en todo momento, el hombre a quien le debería la vida, si llega a conseguir que yo salga adelante con ella. Viene a anunciarme mi estado actual. Normalmente llega a les diez de la mañana, pero hoy no es así. Entro en pánico.

Una noticia maravillosa me anima a seguir fuerte. Las palabras del doctor, me halagan. Si de verdad logran lo que él ha pronosticado, llegará el momento de deshacerme de esta vida tan dolorosa que me impide ver lo que más quiero. Mis hijos. Mi pequeña a quien tanto quiero y por quien daría todo para ver cómo crece, día tras día. Y mi rey, el hijo más fuerte que existe. Los amo.

Según me ha contado el doctor, ese proceso tan difícil comenzará mañana. Mañana, llamarán a todos los hospitales de toda España para conseguirme el órgano que necesito para seguir adelante.

No lo habían intentado antes porque ni ellos sabían lo que me ocurre. Pasaron muchos médicos a revisarme y a examinarme, vinieron todos los especialistas que hay en España y algunos de otros países. Hasta que apareció un médico de Asturias, especializado en el hígado y sí, es él quien se ha ocupado de mí y se ocupará hasta el fin.

Es la tercera vez que escucho el ruido de la puerta abriéndose a deshoras. Esta vez es alguien muy especial, el motivo de mi esperanza y de mis fuerzas para no dejarlo todo. Mi marido. Como siempre, ante todo, con su maravillosa sonrisa; pero hoy es diferente, lo veo más contento de lo habitual. Me abraza muy fuerte y pronuncia unas palabras que se me quedan grabadas en la mente: "La gente nos quiere, moveremos todos juntos cielo y tierra para conseguir ese órgano." Lo abrazo más fuerte aún. Tiene que marcharse para llevar a los niños al colegio. Me encantaría poder hacerlo yo. Como pude hacerlo hace tiempo. Pienso en positivo y me imagino que no tardaré mucho en salir de estas cuatro paredes, que tanto me quitan. Blancas, inexpresivas, luminosas pero tristes.

El resto del día lo padezco como siempre. No tengo mucho que hacer. Leer y mirar la televisión, es mi día a día, mientras las enfermeras van entrando y saliendo.

Llega la noche, pienso en el día tan diferente que he vivido hoy, que me permite ver la luz en este camino tan tortuoso, con tantas piedras y tan oscuro por el que estoy caminando, hasta que mis párpados se acomodan a los ojos y por fin mi cuerpo descansa sobre la cama.

Me despierto con alegría por afrontar el día de hoy con más fuerzas que las de ayer.

Pero los días van pasando y yo sigo igual. No creo que encontremos a ningún donante. Hoy me han anunciado que mi enfermedad es contagiosa y que mi marido puede haberse contagiado; por lo tanto mis hijos también podrían estarlo. Las lágrimas de mis ojos han empezado a caer una tras otra sin parar. ¡Mis hijos no, por favor!

Esta mañana, mi marido ha llegado al hospital junto a mis hijos, sólo nos hemos visto a través de la ventanilla de mi habitación y ¡cómo han crecido! Ya son más altos que yo. Han estado toda la mañana haciéndoles pruebas. Cada vez que la enfermera ha entrado en mi habitación le he suplicado que me informara de si mis hijos están contagiados. La enfermera, con su traje especial no me responde nunca.

Hoy, martes, ha entrado el doctor Fernández, también con su traje. No le veía la cara y no he podido anticiparme por sus facciones, pero por su tono de voz he entendido lo suficiente. Tras darme la noticia, se ha quedado a mi lado intentando animarme. Se ha ido al cabo de media hora. Mi hija se ha contagiado, igual que yo, pero mi marido y mi hijo no tienen síntomas.

Como se trata de una enfermedad contagiosa, el hecho de que mi hija se haya contagiado, induce a pensar que la enfermedad se puede haber extendido empezando por los compañeros de mi hija y acabando por todos los padres o compañeros de trabajo de los padres y así a muchas personas. No se sabe el alcance exacto, pero se estima que se puede haber contagiado a una parte importante de la población.

Han cerrado el instituto donde estudian mis hijos y les han obligado a todos a hacerse pruebas. A los que les determinan un pequeño síntoma les practican otra prueba y ello implica que la prueba también se la hagan a sus padres y familiares.

Se ha anunciado por la noticias del telediario que se está expandiendo una enfermedad grave, muy grave. Los hospitales están desbordados; son incapaces de hacer todas las pruebas a tantos contagiados. De momento, alcanzamos los treinta contagiados y, además, de diferentes comunidades. De la Rioja somos quince y el resto son de Navarra y Aragón. Pero todos están instalados en el hospital de la Rioja. Por suerte solo cuatro son niños.

España se está moviendo. Todos intentan participar en lo que pueden, donando dinero sobre todo.

Ya no estamos en la Rioja, nos han trasladado al hospital de Madrid, ya que allí hay más tecnología para llevar a cabo todo el protocolo de lucha contra la enfermedad. Estoy desanimada, sin fuerzas, me han separado de mi hija y ni tan solo puedo verla. A mi marido le permiten venir una vez por semana, igual que a todos los familiares del resto de enfermos. A mi hijo hace mucho que no lo veo, pero mi marido me explica que está bien, sufriendo, pero siempre mirando al horizonte para comerse el mundo.

Nos van informando que gente de toda España está siendo muy solidaria aportando dinero para la investigación de la enfermedad y los que pueden están donando los órganos necesarios para cada paciente. Están apoyando a los familiares. Hasta hay gente que se ofrece para trasladar a los familiares desde la comunidad autónoma en la que viven hasta la gran capital donde estamos, Madrid. Se han sumado todos los médicos más competentes de las comunidades para llevar a cabo el operativo. Médicos de Cataluña, de Castilla y León, de Madrid y de Asturias son los que forman el equipo de investigación de esta enfermedad tan contagiosa que nos está amenazando de muerte.

Cada vez somos más los contagiados. Ya no podemos estar todos en el hospital de Madrid. Navarra se ha ofrecido para acoger a algunos de los enfermos, para tratarlos y aislarlos como es debido. Galicia también ha ofrecido algunos de sus hospitales. También se está creando una fundación contra la enfermedad que administra todo el dinero que se está donando.

A la hora de comer he conectado la televisión y el primer titular del telediario ha sido sobre la enfermedad. Explicaban que toda España se ha solidarizado con esas comunidades que han acogido contagiados. Enviando recursos económicos y los órganos necesarios para vencer esa dichosa infección.

De repente cierro la tele, siempre dicen lo mismo. Pero yo no veo avance. Los contagiados seguimos igual, y no todos necesitamos el mismo órgano para poder sobrevivir y solo han trasplantado un riñón a uno de los pacientes.

Ya han pasado tres meses desde mi primer día en el hospital de Madrid, las cosas van avanzando, pero estamos poco informados. Yo estoy más contenta que nunca. Mi hija ha salido del hospital, le han conseguido un hígado para ella y han eliminado el suyo para que no pueda continuar contagiando. Cada vez somos menos los que estamos infectados, ahora solo somos cien de los quinientos que llegamos a ser. Los recursos económicos han sido indispensables para hacer tantos trasplantes y sobre todo la unión de todos los médicos de las distintas comunidades ha sido necesaria en todo momento para salvar tantas vidas que estaban en peligro. Y por supuesto los donantes también han sido indispensables.

Pero yo, sigo sin donante. Gracias al dinero acumulado estoy más controlada que nunca, pero, no tengo donante. Cada día me intento levantar con una gran sonrisa pero ya no puedo. No aguanto más. No puedo soportar una vida sin ver a mis hijos, sin salir de las cuatro paredes, blancas, inexpresivas y tristes.

Una vida sin esperanza, sin emoción, pero con el apoyo de miles de personas de toda España. Así que intento aguantar un poco más. Con dolores cada vez más fuertes, pero con calmantes que me los alivian. Tomo pastillas que cuestan un dineral. Si no fuese por la fundación, ya no estaría aquí.

Hoy es viernes, recuerdo los viernes como el día más feliz de la semana. Antes comíamos pizza en casa y mirábamos películas que gustaban a toda la familia, nos reíamos o llorábamos, pero nos lo pasábamos bien, ¡cómo desearía estar ahí ahora!

Son las diez, ya de la noche, tengo la esperanza de que aún pueda pasar alguna cosa, el día no se ha terminado aún.

Escucho como alguien se acerca a mí, muy rápido, en seguida deduzco que son los médicos por el ruido tan escalofriante que hacen sus trajes cuando andan. El doctor Fernández se acerca a mí, no descubro que es él hasta que le oigo hablar. En tono eufórico me dice "ha llegado la operación de la última paciente y de la primera de esta enfermedad".

Me alegra saber que ya solo quedo yo, que el resto de los compañeros de los distintos hospitales ya están en recuperación. Pero tengo miedo. ¿Y si sale mal? ¿Y si después de tanto tiempo padeciendo esta enfermedad no salgo con vida de la operación? Estoy muy nerviosa, quiero hablar con mi marido. Pero me lo impiden. Hoy él está aquí. Pero no quieren repetir la historia que hemos vivido volviendo a contagiar a alguien. He dicho la palabra hemos, porque toda España ha padecido está enfermedad, sea estando en el hospital o sufriendo desde casa por los que están allí. Decido mirar al frente, como mi hijo, pero no para comerme el mundo, sino para acabar de una vez por todas con la enfermedad contagiosa que he desarrollado por una causa desconocida.

Entro a quirófano.

Me despierto, pero no tengo fuerzas para levantar los párpados que descansan pacíficamente encima de mis ojos. Siento la presencia de la gente que quiero a mi alrededor. Logro abrir los ojos y veo el rostro de mis hijos, de mi marido, del doctor, y, fuera de la habitación, escucho a los medios de comunicación. Mi hija se abalanza sobre mí, la abrazo hasta que puedo sentir como su corazón palpita con el mío. A mi hijo, tan mayor, tan fuerte, también lo abrazo durante unos minutos. Y a mi marido; le doy un beso dulce, de los que hacía tiempo que no podía darle. Y, finalmente, al doctor Fernández, al que le debo la vida.

Escucho a los medios de comunicación pronunciando esas palabras que tanto tiempo llevo deseando escuchar:

"La última paciente de la enfermedad más tenaz sufrida en España en el siglo XXI se acaba de despertar. Después de su larga operación, realizada gracias a la solidaridad y generosidad de todos los integrantes de la fundación. Gracias a todos, podemos despedirnos de esta enfermedad tan contagiosa, al habernos unido. Los médicos agradecen el esfuerzo de todas las comunidades. Al fin podemos despertar de esta gran pesadilla."