Amarga victoria

09 - 06 - 2018 / ANTONIO ELORZA - EL PAÍS BABELIA

Amarga victoria

Rogelio Alonso ahonda en las raíces de la paradoja de una ETA derrotada en lo militar y triunfante en lo simbólico

José Martínez, director de Ruedo Ibérico, opinaba que ETA, al margen del terror y gracias al terror, era la única organización opositora que disponía de una verdadera estrategia política. El libro de Rogelio Alonso viene a probarlo, sobre la base de una exhaustiva labor investigadora que ha tenido a su disposición los informes de las instituciones encargadas de la acción antiterrorista, incluido el CNI. La pregunta es crucial: ¿cómo es posible que tras décadas de sufrimiento, bajo la apariencia del triunfo de la paz, sigan imperando en Euskadi y en Navarra el discurso y los rituales de los terroristas derrotados?

La reconstrucción de nuestro autor ahonda en las raíces de esa coexistencia de una derrota rotunda en el plano militar con una victoria de ETA en los planos político y simbólico. La herida sigue abierta, piensan sus herederos políticos, sin autocrítica alguna, mientras un amplio sector de la sociedad vasca, liderado por el PNV, clama por la reconciliación frente al "espíritu de venganza" de las víctimas, e incluso desde la muy activa historiografía positivista vasca resultan borrados los enlaces con la ideología del odio sembrada por Sabino Arana y con el propio movimiento nacionalista. ETA seria terrorista, totalitaria y Arzalluz y los suyos, los de Lizarra, nada tendrían que ver con su apadrinamiento. Las presiones del PNV en favor de los presos, olvidando su adhesión al pasado terrorista, serian simple efecto de un sentimiento humanitario, secundado por la mayoría de los vascos. Una mayoría de los vascos se distinguió por su pasividad, sin que faltaran múltiples ejemplos de complicidad voluntaria en el cerco social a víctimas y amenazados. Por la corrección política, también por sus votos bien vendidos, impera el sentido reverencial hacia el PNV.

Coincidencias ideológicas entre ambas ramas del nacionalismo, actuaciones de los Gobiernos del PNV donde la condena de las ekintzak (acciones) coincidió con márgenes de tolerancia y con reproches reiterados a Madrid, incluidos momentos clave como la ilegalización de Batasuna, sientan las bases de una hegemonía hoy mantenida.

Al infeliz desenlace contribuyeron políticas de sacrificarlo todo, aun el más elemental reconocimiento de la realidad (terminal T4), a un ansia de paz pésimamente administrada bajo la tregua de 2006 y años siguientes por Zapatero. Hasta el punto de suscribir desde medios democráticos la imagen romántica del buen etarra, personificado en Otegi, borrando su total alineamiento con una ETA primera interesada en una rama política legal. Mientras el PP era satanizado por una intransigencia, que no mantuvo, aplicando su concepto de razón de Estado al regresar al Gobierno con Rajoy al frente.

El estudio de Rogelio Alonso sale a las librerías poco después de que apareciera, publicada por Tecnos, una obra colectiva. Pardines: cuando ETA empezó a matar, realizada bajo la dirección de Gaizka Fernández Soldevilla y Florencio Domínguez, el investigador que junto con Alonso escribiera el monumental Vidas rotas. En el marco de una inevitable calidad desigual de las aportaciones. Gaizka, López Romo, J. A. Pérez, J. Gómez Cairo y J. Casquete llevan a cabo una apasionante tarea de crónica puntual de los hechos y de la elaboración de las memorias y desmemorias en tomo a las dos figuras centrales del drama: Etxebarrieta, el etarra verdugo, y Pardines, el guardia civil víctima. La aplicación del microscopio a ese doble objetivo permite a Gaizka mostrar algo que enlaza con el análisis de Alonso sobre tiempos más cercanos: cómo fue injustamente exculpado el segundo etarra de la ejecución a sangre fría de Pardines. El libro es prologado por Fernando Aramburu.

ANTONIO ELORZA - EL PAÍS BABELIA

2018-06-09