Pujol y la España del bien morir

Pujol y la España del bien morir

ESPAÑA es un buen lugar donde morir. Cualquier cretino tiene seguro un elogioso obituario. Amigo de sus amigos Maestro de periodistas. Hombre de Estado. Muñidor de consensos. Buen hijo y mejor padre. Dialogante y honesto. Escritor de raza. Leyenda de los escenarios. Voz de una generación... Son las alabanzas que se regalan a tantos que van camino del hoyo o del crematorio, colmándoles de parabienes cuando ya no los pueden paladear o sonrojarse. Una pasión española por el enaltecimiento post mortem .opuesta al vicio anglosajón de las descarnadas necrológicas, que se explica, supongo, por una inflamación mal entendida y como ritual supersticioso ante el misterio de la muerte. También, claro, por la defensa sectaria que hace la tribu do los suyos. En algunas ocasiones, incluso, el baile de los elogios empieza en vida, como acción preventiva para fijar un canon biográfico propicio. Así lo estamos viendo y leyendo con Felipe González, el hombre que nada tuvo que ver con la corrupción ni con los GAL Igual que está pasando con Jordi Pujol, a quien el nacionalismo, tan necesitado de referencias después de que Mas, Puigdemont y Junqueras se autodescartaran por su estupidez, lleva un par de años en tareas de restitución de su título de Molt Honorable .Una recuperación en la que se encuadra, aunque seguro que más por torpeza que por voluntad. La Sagrada Família, El documental sobre los Pujol que David Trueba ha realizado para HBO y cuyo mayor defecto es haber renunciado a exponer una tesis y limitarse a un blanqueador relato coral. La profusión de testimonios que fueron arte y parte del pujolismo -como Miquel Roca, Lluís Prenafeta, Miquel Sellarés, Francesc-Marc Álvaro o su hijo Josep-, más la ausencia de aquellos -como Gregorio Morán. Arcadi Espada o Albert Boadella- que mostraron al verdadero Pujol cuando nadie se atrevía a hacerlo, acaba endulzando y dando credibilidad a la autobiografía de un mentiroso confeso. Cuando ésta debería ser revisada desde la sospecha, comenzando por sus heroicos años de juventud de «lucha antifranquista», que le sirvieron a Pujol para construir el mito con el que justificaría el robo y la xenofobia posterior. Si bien la obra de Trueba tiene una virtud que la justifica: