Un hombre que va mascando chicle
Un hombre que va mascando chicle
(2021) Las ceremonias más o menos meditabundas y los balances propios de la estación no tienen sentido esta vez. El año que empezó en 2020 aún no ha acabado. Ahí sigue, siniestro y pendiente. El que dijo que el tiempo era una afrenta no sabía en realidad de qué estaba hablando. Éste es el oficio de poeta: no sabe de lo que habla, pero acierta. Yo mismo dije, en una de esas ceremonias, que el año es a veces una magnitud estadística insuficiente: que 365 días pueden ser pocos para que pasen cosas que merezcan realmente su reseña. El año tiene el problema de las series cortas.
Los diarios de Zweig, como tantos otros de su tiempo, atraviesan dos guerras mundiales. A los pocos meses de estallar la primera el escritor anota su presagio y su esperanza de que la guerra acabe en pocas semanas. El lector vuelve la página para saber cuándo está escrito y lee, digamos, febrero de 1915, calculando estremecido cuantos días faltan para el 11 de noviembre de l9l8 en que la guerra acabó. Todos los años de esa guerra, de la otra, de la Guerra Civil, fueron un año y entremedias no habrían de sonar las campanadas.
Y así con este.
(Solidaridad) Estos días han recuperado la filmina de una consejera de Cultura de la Generalidad, una tal Ponsa, grabada en la radio del Grande de España Godó, en la que exponía sus planes para las lenguas castellana y catalána Decía: «Que cada uno en su casa hable su lengua materna. solo faltaría. Pero que después la lengua de conexión, la lengua común, sea el catalán.
Estos planes son de la misma naturaleza de los que expuso el jefe de las fuerzas de ocupación en Cataluña. Elíseo Álvarez-Arenas, cuando en 1939 promulgó un bando en el que en nombre de Franco decía «Estad seguros, catalanes, de que vuestro lenguaje en el uso privado y familiar no será perseguido». La ausencia del solo faltaría es visible. Pero es que Álvarez-Arenas acababa de ganar una guerra
La lengua catalana no es la lengua común de los catalanes, sino la lengua institucional de los catalanes. Es la lengua del protocolo y la lengua de los contactos con la administración. Es también la lengua social de los actos públicos cuando los financia la subvención explícita o implícita. Es la lengua política. Y es, en fin, la lengua de las autoridades, incluidos los profesores. Así pues, el catalán más que una lengua es una póliza. Esto produce fenómenos muy graciosos. Cuando dos ciudadanos, por ejemplo, están hablando normalmente en castellano y quieren cachondearse de alguna autoridad mema acuden rápidamente al catalán para imitar la prosodia del tipo. Esto sucede en todos los ambientes sociales y profesionales y es muy vistoso cuando se da entre mozos de escuadra. No es extraño así que el uso del catalán descienda El catalán fluido, malicioso y normal de los Pericay, Toutain. Ponç; Puigdevall, Sostres. Caballero o Dedéu es una melancolía irrelevante, aplastada por la lengua abotargada de la burocracia, incluso mediática. Sus únicos chispazos de vida oral son puramente deportivos: pero ya me dirás como vas a manejar una nación y su lengua a base de alaridos, gol, gol, gol, goooool. No es que en catalán siga siendo imposible decir ¡Arriba las manos', a pesar de Pujol, es que el único catalán que ara es parla és decret / barra.
Los españoles de Cataluña tenemos una gran responsabilidad Fuera de la intimidad, debemos negarnos a hablar en catalán En el parlamento, en los medios, en las ventanillas, en la cosa social subvencionada siempre, siempre en castellano. Esto no tiene como objetivo recuperar el prestigio público del castellano en Cataluña, que ya ves tú, sino aligerar la pesada carga del catalán. Algo así como repartirse solidariamente las tareas, tratando de devolver algo de vida a ese cuerpo exánime y mostrenco.
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